María Clara Ospina | El Nuevo Siglo
Miércoles, 6 de Abril de 2016

HILANDO FINO

Qué marchamos, ¡marchamos!

 

QUÉ marchamos, ¡marchamos! Llenamos avenidas, calles, puentes y plazas, en las principales ciudades de Colombia. El éxito de la marcha del 2 de abril, citada por el Centro Democrático, fue rotundo e innegable.

Salimos a protestar contra las mentiras y los engaños de las negociaciones de paz en La Habana. Negociaciones que pretenden la total impunidad para los cabecillas de las Farc, quienes no pasarán ni un día tras las rejas. Negociaciones que crearán leyes y tribunales especiales, ignorando los legítimos de la Nación, para, precisamente, darle esa impunidad a los narco-criminales; para borrar sus secuestros, desapariciones, violaciones, asesinatos, crímenes de lesa humanidad y toda clase de atrocidades, que agobiaron al país por más de cinco décadas.

Vi y hablé con gentes de casi todos los partidos, naturalmente, uribistas, también, conservadores y no pocos liberales, de todas las corrientes.

Unidos marchamos para que se respete a los soldados, a los desplazados, a las victimas reales. Para que los que nos defendieron de las Farc, con valor y constancia, no sean igualados con los narcotraficantes ante la ley, ni ante el mundo.

Fue muy emocionante, pero también doloroso, oír en la Plaza de Bolívar en Bogotá, a un soldado que perdió sus dos piernas, un brazo y un ojo, hablar del abandono en que tiene el gobierno de Juan Manuel Santos a los soldados discapacitados y de cómo en el Hospital Militar no cabe un soldado más. Oírle afirmar, con orgullo, cómo, él ofrecería el brazo y el ojo que le quedan, por defender la democracia y las instituciones de la Patria.

El aplauso a este héroe fue cerrado y sus palabras fueron respondidas con el Himno Nacional, cantado con mucha fuerza por una plaza llena hasta las banderas y ensopada por un torrencial aguacero que no logró dispersar a la multitud.

Claro, allí no se vio ni a uno solo de la izquierda. Para ellos estas negociaciones son el triunfo que jamás lograrían con las armas, ni con los votos. A ellas, Santo pretende entregarles, en bandeja de plata, a Colombia, con curules y territorios especiales para los cabecillas de los grupos que firmen la paz. Hoy las Farc, mañana, el ELN; y después, los Úsuaga, o quien sabe quién.

El pueblo marchó también en contra del desgobierno de Santos, la persecución política a la oposición, contra una fiscalía politizada, el despilfarro y la corrupción en todos los frentes.     

Nada aminoró el entusiasmo de las gentes, ni el frío y las torrenciales lluvias en Bogotá y Cali, ni el ardiente sol y la temperatura superior a 32 grados en Cartagena, ni el día sin carro, decretado por el alcalde de Medellín.

Aun los medios, prensa, radio y televisión, que se han convertido en ciegos, sordos y mudos, con tanta mermelada que el Gobierno les ha dado, tuvieron que reconocer el éxito de las marchas.

Pero, ¿cómo negarlo?, si las redes sociales fueron totalmente colmadas por fotografías y grabaciones de las marchas. Además de toda clase de comentarios y voces de aliento, nacionales e internacionales.

Marchamos por la paz. Así es, por la paz. Pero una paz duradera, que no nos lleve a otro conflicto. Que no entregue a Colombia al castro-chavismo. Una paz negociada de una manera más sensata, menos irracional, más justa. Obtenida de cara al pueblo, no a sus espaldas.