El Papa tiene razón
El Papa Francisco, luego de aseverar que: “matar en nombre de Dios es una aberración”, refiriéndose al ataque terrorista ocurrido en París contra los caricaturistas de la revista Charlie Hebdo, afirmó: “la libertad de expresión tiene un límite”.
Esta frase ha molestado a muchos que la consideran como una manera del Pontífice de abogar por un límite al derecho de libre expresión. Uno de los mayores logros de las democracias modernas y del hombre liberado del siglo XXI.
Pero analicemos bien la frase. El Papa solo afirma algo consignado en las leyes de la mayoría de los países democráticos, como es el caso de Francia, que tiene en su escudo el lema de la Revolución Francesa: “Libertad, fraternidad, igualdad”. Lo que significa que todos los franceses son iguales y hermanos, así sean cristianos, musulmanes, budistas, o lo que sean; así su origen sea asiático o africano, o sus raíces se encuentren en el centro mismo de Paris y sus antepasados se encuentren enterrados en el cementerio Pierre Lachaise.
Esa fraternidad, esa igualdad, no se logra a punta de insultos. Ya lo hemos visto en las manifestaciones en las calles de Francia. Hoy el país está fraccionado, yo diría de manera peligrosa. El odio entre franceses ha aflorado. ¿Acaso no son hermanos?
En nuestros países la discriminación está prohibida. O sea, no se puede discriminar o insultar a alguien por el color de su piel, su religión, origen étnico o sexo. El antisemitismo, por ejemplo, también es condenado. Aquel que difame a alguien, o diga algo que afecte su honra y su patrimonio, va a parar a la cárcel. O sea, límites a la libertad de expresión existen y muchos y, algunos, muy eficientes y necesarios. Porque para convivir, “libres, hermanos e iguales”, debemos respetarnos, algo indispensable para la armonía y la concordia.
Francisco, como a él le gusta que le digan, tiene razón en decir que: “no se puede provocar”. Claro que podemos burlarnos los unos de los otros, pero sin ofender. ¿Por qué ofender o insultar? ¿Qué sentido tiene provocar la ira? Como él ha dicho, ¿a quién no ofende que le insulten la madre o le ridiculicen su religión?
En nuestra cultura moderna, nada es sagrado. Eso es claro. Pero sucede que en otras culturas piensan diferente. ¿Acaso no podemos incluir a quienes piensan diferente y respetarlos?
Es muy triste lo que ha pasado en Francia. Lloramos la muerte de los caricaturistas de Charlie Hebdo, igual a como lloramos, hace unos años, el vil asesinato de Jaime Garzón, cómico y periodista colombiano, quien constantemente se mofaba de los políticos.
Nada perdona la intransigencia y el crimen de los extremistas musulmanes. Nadie debe olvidar el asesinato de periodistas en ejercicio de su trabajo. ¿Cuántos van en Colombia y México? ¿Cuántos? El número es inmencionable. Pero también lloramos la intolerancia, la burla innecesaria, el sectarismo, la discriminación y la división.
¿Está Occidente en pie de guerra con el Islam y viceversa? Así parece. No es sino leer las acusaciones mutuas de líderes musulmanes y cristianos. El Papa tiene mucha razón en pedir límites.