HILANDO FINO
La cultura del avispado
CON la muerte reciente de un bogotano que, por tratar de colarse con su mujer en un Transmilenio, fue atropellado por un vehículo, los medios enfocaron el problema y sus espacios se llenaron de imágenes de jóvenes atravesando las calles a la carrera, esquivando carros y buses, para llegar a forzar las puertas de los paraderos y colarse gratis en el trasporte público. Todo ante los ojos y las sonrisas de transeúntes, usuarios y algunos pocos policías que no tienen manera de detenerlos.
Lo más sorprendente fue oírlos reír y sacarles el cuerpo a los reporteros que los filmaban. Para ellos todo parecía ser un chiste. Ninguno se sentía mal de estar robando al servicio de trasporte. Al contrario, parecían felices de ser tan avispados.
Los avispados, los que se cuelan en las filas, ya sea en un cine o en un semáforo, los que adelantan su carro o su moto sin poner direccionales o respetar los turnos, los que se cuelan en los buses, en fin, esos personajes tan comunes en Colombia, que nada respetan, porque las leyes y las reglas no se hicieron para ellos, tienen en jaque la civilidad de nuestras ciudades.
Esa cultura del avispado, muchas veces admirada por los colombianos, tan enquistada en nuestro diario vivir y en nuestra “incultura” ciudadana, es la raíz de muchos de los males que aquejan nuestra sociedad.
Porque no podemos negarlo somos una sociedad que a todo le busca excusa; “pobrecillos” dice la gente cuando ve colados en el Transmilenio, “no tienen para el tiquete” y hasta se ríen de las carreras y los saltos que dan para alcanzar a colarse.
Y a los que se saltan las filas, o atraviesan sus carros para pasar de primeros o cruzan por la mitad de la calle ignorando las cebras peatonales, hay que excusarlos porque “todos lo hemos hecho” de vez en cuando.
En otros países crear cultura ciudadana y respeto por las reglas, aun las más sencillas, esas que nos facilitan la vida en comunidad, está al frente de sus prioridades.
Es así, por ejemplo, cómo en Singapur, una infracción tan sencilla como botar chicles en la calle, pintar con grafiti un muro o ensuciar de cualquier manera la ciudad es duramente castigada; ni hablar de colarse en un bus sin pagar o no usar la cebra para atravesar una calle. Es común que los infractores sean condenados a azotes, óigase bien, ¡azotes! Resultado: Singapur es uno de los lugares, más limpios, ordenados y seguros del planeta y sus ciudadanos se enorgullecen de esto.
En Estados Unidos, los que cometen infracciones de este estilo se ven abocados a fuertes multas y si reinciden los jueces los condenan a efectuar trabajos comunitarios, como recoger basuras, limpiar paredes y asear baños públicos.
En otros lugares la ciudadanía misma muestra su disgusto y repudio por estos actos rechiflando a los abusivos.
Esto de la rechifla no es mala idea, si se hace sin agredir. Y lo del trabajo comunitario sería excelente aplicarlo en Colombia. Quizá así tendríamos menos ciudadanos tan “avispados” y abusivos, y ciudades más limpias, organizadas y amables.