MARÍA ANDREA NIETO ROMERO | El Nuevo Siglo
Lunes, 4 de Febrero de 2013

Comercio justo

 

En Los Ángeles, California, hay una especie de puerto seco llamado San Pedro Wholesale Mart, un lugar ubicado en el centro de la ciudad que desde 1994 se especializa por tener más de 300 puntos de venta al mayoreo de ropa y accesorios para mujeres. Esta es una de las primeras paradas en territorio norteamericano de los productos que provienen de China. Allí llegan los compradores de Estados Unidos y Latinoamérica que buscan mercancías para sus tiendas porque los precios son excepcionales, docenas de jeans a ochenta dólares o camisetas en algodón a menos de cuarenta dólares la docena. Toda esa mercancía se distribuye luego por EE.UU.  y se vende en las tiendas en donde la ganancia es del 500%, 600%, 1000%.

El comercio justo es una práctica voluntaria, a la que todavía le ha costado trabajo entrar en el imaginario colectivo de los consumidores, y por supuesto, de los productores. En concreto pretende generar beneficios económicos y sociales para todas las partes que participan del mismo, es decir, el productor, los trabajadores, la cadena de distribución y el consumidor final.

Pero cuando se analizan los costos de los productos chinos, haciendo el supuesto de eliminar un posible dumping, los costos de producción no cuadran. En China por más economías de escala en la producción hay alguien que pierde en el proceso. Una docena de pantalones puesto en Los Ángeles tiene un costo unitario de seis dólares. Un pantalón de mujer consume un metro de tela en su elaboración, en Colombia, por ejemplo, un metro de poliéster no cuesta menos de cuatro dólares. Es decir, casi el costo del pantalón hecho y puesto en Los Ángeles. Es evidente que alguien pierde. La pregunta es quién, ¿el dueño de la fábrica de telas? ¿El que manufactura el pantalón? ¿los trabajadores chinos que laboran por solo un plato de arroz?

Esto en términos del Tratado de Libre Comercio entre Colombia y Estados Unidos es un tema delicado y que necesita de mucho ingenio y creatividad para encontrar alternativas de competencia adicionales a los precios.

En este sentido, competir contra la China en Estados Unidos, se convierte en un reto que tiene muchas aristas. Y en términos de prácticas de comercio justo, es preferible ser un país costoso “en mano de obra”, que uno que evidentemente se está pasando por alto los derechos de una población que hace cualquier cosa a cambio de un plato diario de arroz. Y es literal.