MARÍA ANDREA NIETO | El Nuevo Siglo
Viernes, 10 de Enero de 2014

Sobriedad

La disminución de número de accidentes de tránsito causados por el consumo de alcohol es un gran logro.  Sin lugar a dudas, el impacto en la aplicación de la ley fue inmediato y la ciudadanía entendió que era en serio el tema de las multas y las sanciones.

Muchos prefirieron dejar el carro en sus casas y hacer uso de otros medios de transporte para “disfrutar” con tranquilidad las festividades navideñas.

Es probable que el rechazo social que ha sido altamente promovido desde los medios de comunicación tras los dramáticos accidente ocasionados por conductores ebrios, haya causado un impacto adicional de persuasión, hecho de demuestra la gran influencia que tiene la comunicación cuando esta tiene un enfoque asertivo.

Pero la realidad es que el nivel de consumo de alcohol en el país es preocupante. Una cosa es que deje de haber conductores borrachos al volante, pero otra muy distinta es que las personas en realidad suspendan el consumo del licor.

El trago, como lo mencioné en una columna del año pasado, es casi un ritual que se enseña en los hogares. Los niños y niñas ven desde pequeños que es aceptable que sus papás en compañía de familiares y amigos se intoxiquen delante de ellos. De igual manera he explicado que la predisposición para consumir alcohol queda grabada en la primera etapa de vida entre los 0 y 2 años de edad, que es cuando se genera todo un proceso de fijación oral en el bebé, lo cual implica que es a través de la boca que el niño percibe y aprende en gran parte lo que sucede en el mundo exterior. Entonces, en los seis primeros meses cuando debería ser lactado, muchos reciben a cambio de un seno materno, suave, calientico y amoroso, el reemplazo de un frio plástico que es el biberón. Es una lástima que las mamás y los pediatras no hayan podido convencerse que la lactancia es el proceso biológico más maravilloso que puede realizar un ser humano, porque consiste en la creación de alimento que le permite crecer física y emocionalmente al bebé.

Una persona que haya quedado con ese vacío desde sus primeros meses de vida, tiene un principio alcohólico importante que puede o no desarrollarse, dependiendo del resto de los eventos de vida.

El consumidor de trago, el social, y el que no lo es tanto, disfruta del efecto inicialmente relajante que en teoría lo desestresa y alegra. Pero la realidad es que es un tóxico que degenera los tejidos y cuyo consumo reiterativo produce daños irreversibles. Así que bien porque los borrachos no manejen, pero el problema de fondo continua.