Panamá City está a la altura de Tallahase, donde la Florida todavía no es península. Mucho más cerca de New Orleans que de Miami y fue escenario este fin de semana de un impactante ejemplo de solidaridad, que le salvó la vida a nueve personas de la familia Ursrey.
Resumo: nueve individuos (niños, adultos, hombres y mujeres) que chapuceaban en el mar, fueron poco a poco arrastrados por la corriente hasta un punto lejano, del que -por sus propios medios- no habrían podido regresar a la orilla.
Cuando los Usrey desfallecían desesperados ante la inminencia de un ahogamiento colectivo, una pareja de nadadores vio lo que estaba pasando, y en cuestión de segundos creó una cadena humana de más de 80 personas. Ellos (los 80 salvavidas humanos comandados por los esposos Simmons), se tomaron de las manos en una fila de 100 metros, que salió de la playa hasta mar adentro, y trajeron de regreso y con vida a los nueve Usrey.
“Esta familia no se va a ahogar hoy”, se dijeron los Simmons cuando oyeron los gritos de auxilio. Y fue esa decisión la que convirtió en héroes anónimos a 80 personas, y salvó de la muerte a otras nueve.
En algún lugar de su estructura emocional, los Simmons tenían claro que lo único que se necesita para ser solidario es tomar una decisión tan genuina, tan de piel, que el objetivo se cumpla, por fuerte que sea la corriente en contra.
Y corriente en contra puede ser algo tan lunar como una marea, tan egoista como el narcisismo o tan horrible como el tráfico de armas. Para vencerla se necesita tirar la apatía a la caneca, zafarse de la fuerza bruta propia de los círculos viciosos, y matricularse con la fuerza noble, inherente a los círculos virtuosos.
“Esta familia no se va a ahogar hoy”. Ésa es la frase que nos deberíamos repetir todos los días de nuestra vida, respecto a cualquier cosa significativa por la que creamos que Dios nos puso en este mundo.
Decirnos -por ejemplo- “esta paz no se va ahogar hoy”; y para que no se ahogue ni hoy ni mañana ni cuando pasen un gobierno o tres amnesias, tejer filas río adentro, selva adentro, asfalto adentro -donde haya que tejerlas- con tal de no permitir el regreso de la violencia armada.
Los Simmons unieron a personas que nunca antes se habían visto; no eran amigos, ni socios, ni compañeros de infancia. Pero tuvieron una causa común, y sin importar qué o quién estaba primero, las manos se entrelazaron como eslabones de urgencia y confianza; creyeron en los otros, compartieron la responsabilidad por salvar nueve vidas, y no le dieron margen al escepticismo.
Si defendemos el futuro de Colombia como en Panamá City defendieron a la familia Usrey, no va a importarnos si usted y yo somos amigos; si nos caemos bien, mal o regular. Lo que va a importarnos es un país que siempre deberá estar por encima de cualquier interés personal, de cualquier miedo y de ese estéril afán de protagonismo que obnubila y corroe palabra y conciencia.
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