Titulo esta columna con dos nombres propios. Muy propios. De mujeres que Colombia entera debería conocer. ¿Por qué? Porque transformaron el dolor y la infamia que padecieron durante el secuestro del kilómetro 18, hace ya 20 años, en liderazgo, sanación personal y dignificación de la memoria.
Voy a narrar unos instantes de su historia, que se habían guardado congelados en sus corazones. Ellas no se conocían. Transcurría el mes de septiembre del año 2000. Lourdes Mesa se encontró inmersa en una película de horror. Su instinto materno la llevó a abrazar contra si, a sus dos pequeños hijos, Gabriel y Diana (6 y 4 años), para que no vieran la manera como un grupo de guerrilleros armados del Eln le arrebataba a su padre, en un secuestro masivo. Ella, en ese momento no sabía que el adiós a Alejandro sería para siempre. A pocos pasos, hombres armados se llevaban a Julia Marcela Betancourt, a su esposo Juan Carlos y a 64 personas más que departían en los restaurantes de la zona, un domingo cualquiera. Les arrancaron en pocos minutos lo más preciado: su libertad. Y emprendieron la caminata de la ignominia por los farallones de Cali. Un viaje de oscuridad que llevó a muchos al exilio, del cual aún no han regresado.
El reencuentro sanador de estas dos mujeres, tardaría muchos años más. Fue en un retiro espiritual "Hospital de Campo”. Lourdes, la viuda, a la que le dejaron morir en cautiverio al hombre que amaba y Julia Marcela, una de las secuestradas, quien a pesar de haber sido liberada a los 45 días, cargó durante casi dos décadas las cadenas del dolor y del silencio. Ella seguía prisionera del miedo.
El dolor se congela, como en una imagen del momento de la tragedia. Muchas víctimas creen que al negarlo y silenciarlo desaparece, pero solo está enquistado, sepultado a medias. Listo para salir a borbotones cuando hay oportunidad de hacer catarsis. Sigue siendo una herida abierta, escondida y sin sanar.
Julia Marcela encontró en el retiro a Diana Henao, la joven hija de Lourdes y Alejandro. Al verla rompió en ríos de llanto represado. Vió en ella los ojos de Alejandro, uno de sus compañeros de "cambuche" durante el cautiverio. Recordó su sufrimiento, su agonía, la manera como se aferraba al recuerdo de Lourdes y de sus hijos, mientras agonizaba. Volvió a experimentar la impotencia de ella y sus compañeros, suplicando al grupo armado que le dieran atención médica. El dolor de no haberlo podido asistir en su partida a la eternidad y mil pensamientos más que la rondaban desde el secuestro.
Las dos mujeres se fundieron en un abrazo con sabor a eternidad. Lourdes y su hija pudieron conocer detalles del cautiverio y muerte de su ser querido. Revivieron y acompañaron el momento de su partida y, así, liberaron a Julia Marcela de la carga emocional que llevaba sobre sus hombros.
Curaron sus propias heridas y continuaron el camino acompañadas para escribir la historia, evitar el olvido de los que murieron, condenar el delito del secuestro, reclamar Justicia y abrirse a la verdad del otro, motivadas por la fe y el amor.
Estos son las verdaderas “gestoras de paz” que necesita Colombia. Lideraron la conmemoración de los 20 años del secuestro, con dignidad, coraje y sin renunciar a sus derechos.