Hace pocos días el Procurador General de la Nación -recién desaparecido Santrich- insinuó que este reinsertado sería el “sepulturero” de la paz, dando cátedra de parcialidad y falta de altura como Procurador. Claro que todo indica que Santrich es culpable, pero, aun hoy, en Colombia nadie es culpable hasta que sea juzgado según las leyes de la República.
Pero, también es cierto que el Procurador no es el único que ya condenó a este señor: los medios, funcionarios públicos, redes sociales, los Estados Unidos, los parlamentarios gobiernistas…, de esta manera, han hecho lo propio, el Comisionado de Paz no se queda atrás. Aunque poco se destaca los 123 desmovilizados o los cientos defensores de los derechos humanos asesinados inmisericordemente, a lo ancho y largo del país. ¿Por qué será que estos últimos no son vistos como sepultureros de la paz? Aunque en el caso de Santrich habría diferencias: ha sido calificado como criminal, lo han perseguido judicialmente como a pocos, y los Estados Unidos están haciendo lo que sea para que sea extraditado. Sin que la justicia colombiana lo haya sentenciado.
Este episodio me recuerda la guerra civil de Costa Rica de 1943, que se originó en una polarización semejante a la que estamos alimentando al pretender acabar con la paz de Santos. El caso costarricense empieza, con el café y el banano, alrededor de 1880, en manos de unos pocos que 1940 brillaban por la corrupción, con algunas excepciones. Esto llevó a desigualdades económicas ofensivas para las mayorías, que al fin de cuentas terminaron por elegir a un gobierno comunista, con todo su juego de palabras y políticas populistas, sin pies ni cabeza. Expropiando las tierras, atacando la Iglesia Católica (mayoría absoluta), la economía capitalista y demás…
Esto terminó en que los guerrilleros fueron los de la derecha, encabezados por el clero y algo de apoyo gringo. En este caso los sepultureros fueron los que tenían todo por perder. La economía se toteó y la estabilidad política, que hasta entonces era como nuestra Patria Boba, quedó en manos de la dictadura del fanatismo y esclavizante de izquierda.
Afortunadamente, Costa Rica, con el triunfo de la derecha entendió sus errores y aceptó una democracia con sentido social, una economía social de mercado. Además, se acordó suprimir el ejecito, unificar una educación universal, presidencia de solo un periodo, un parlamento independiente, el banco central autónomo con supervisión del gobierno de turno. Fortaleció su cuerpo de policía, como garante de una vida cívica madura y sin sobresaltos, respetuosa de todos los ciudadanos.
Hoy, este país, con su nadadito de perro, vive una paz madura, ejemplar, una economía sana y próspera, un prestigio internacional envidiable, sin políticos corruptos o pobreza. Volviendo a Colombia, ¿que habrá que hacer para que desaparezca la política manchada de odio, la política alimentada con el dinero, el fanatismo ignorante, la brecha criminal entre ricos y pobres, una persecución y desconocimiento de lo fundamental de nuestra Constitución? ¿Por qué será que se quiere olvidar las bienaventuranzas, entre la cuales Jesús incluye ese “bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios?