LIONEL MORENO GUERRERO | El Nuevo Siglo
Viernes, 13 de Septiembre de 2013

El foso de Obama

 

Como  lo habíamos mencionado, Obama se metió en aprietos cuando dijo que el empleo de armas químicas por parte del régimen sirio sería una “línea roja” cuya transgresión acarrearía una intervención militar de los Estados Unidos. Assad no le creyó y utilizó gas sarín contra su pueblo. Obama se vio entonces en el dilema de, como lo había prometido, atacar al régimen sirio para castigar esta violación del derecho internacional humanitario pero con el peligro de que esto conllevara la caída del régimen alauita y su remplazo por extremistas islámicos, infiltrados por Al Kaeda. El remedio podía ser peor que la enfermedad. Vinieron entonces una serie de excusas para evitar una intervención militar, especialmente que no estaba plenamente comprobado que se hubieran usado armas químicas; luego que sí se utilizaron, no se sabía si por parte de los rebeldes o del gobierno. Una misión técnica de la ONU, encargada de solo determinar si se utilizó gas sarín, no quien, aún no ha rendido su dictamen. Obama estaba en un lío, lío en el cual se hundió más cuando se daba cuenta de que debía tomar una decisión, sintiéndose presionado, de un lado por los que lo instaban a cumplir su palabra, la de los Estados Unidos, y castigar al violador de los derechos humanos, de otro por los opositores de intervenciones estadounidenses ante las malas experiencias de Irak y Afganistán. Entonces decidió llevar el tema a consideración del Congreso, cediendo autoridad presidencial pues no necesitaba su autorización y resultó que, según todas las indicaciones, no tiene los votos suficientes en ninguna de las dos cámaras. ¿Cuál sería la situación si el Congreso votaba en contra? ¿Quién respetaría en el futuro una amenaza de los Estados Unidos? ¿Queda la autoridad presidencial supeditada a la aprobación parlamentaria?

La afirmación informal del Secretario de Estado John Kerry de que Siria evitaría un ataque si ponía su arsenal químico bajo control de la comunidad internacional fue hábilmente utilizada por Rusia que obtuvo el asentimiento de Assad, no solo para entregar las armas, sino para su destrucción supervisada y paralizó un ataque de Washington. Obama parecía salir del lío, quiso entonces evitar la evidente derrota parlamentaria haciendo “posponer” el voto y entró en negociaciones, mediante Rusia, para implementar la destrucción de las armas. Pero surgió un nuevo problema: esta entrega y destrucción de armas químicas, en un país en guerra civil, no parece prácticamente factible y en el mejor de los casos llevaría años, sí, años. Kerry no parece haber ayudado a Obama a salir del foso sino, más bien, lo hundió más. Siria, guiada por Rusia, con esta fórmula ganó al impedir un bombardeo devastador que la pondría en situación de inferioridad frente a las fuerzas rebeldes y ganó tiempo para, precisamente, continuar golpeando a la rebelión.