El ser animal vivo, supuestamente, se ocupa de “hacer lo que le viene en gana". Instintivamente, su voluntad lo determina para lograr la satisfacción de sus apetitos, ambiciones fisiológicas y, en otras circunstancias, los anhelos espirituales estimulados por el consciente y el insensato que domina la mentalidad del humano: el inconsciente. La materialidad desarrolla una fuerza animal que solamente se resiste por el miedo a la muerte en los irracionales, en los racionales es la inteligencia la que sortea las dificultades y renuncia a la inclinación o busca otras alternativas que le permitan derrotar el peligro y seguir adelante con sus deseos.
Las teorías freudianas sostienen que el niño es un perverso polimorfo y por esa razón lo propio es crear los medios inhibitorios para organizar la conducta consciente y social que regule los instintos y anhelos de manera que se armonice con las exigencias colectivas sociales.
Este principio es una visión que se vincula intensamente con el análisis de las teorías políticas que se han desatado en la historia de la humanidad, como medios para organizar la convivencia. En lo que a la domesticación de los animales se refiere su dominio se logra, generalmente, utilizando la fuerza física, algo parecido a lo que se estableció en la Ley del Talión, “ojo por ojo, diente por diente”. Este antecedente evolucionado en los hombres tremendamente y con una supuesta racionalidad ideo la pena de prisión, la cadena perpetua y la pena de muerte, unas noción que se concretan en el Leviatán de Thomas Hobbes, justificando el imperio de la fuerza, supuestamente, como medio para la convivencia social.
Una formula inteligente conduce a suponer que la libertad -obviamente sin reconocer la tesis del libre albedrío- es el derecho de la persona durante toda su vida para pensar y actuar respetando al prójimo y esto por cuanto la igualdad es un factor reciproco. Se hace correctamente sentando el ejemplo y para que en mi contra nada se haga. El libertinaje es lo que no juzga las consecuencias de la arbitrariedad y, supuestamente, origina la lucha, la guerra y los conflictos sociales, apoyándose en el poder.
Estas profundas, pero obvias cuestiones, no son un debate elemental. En la cultura política el derecho penal, por ejemplo, ha sido una fórmula para regular la libertad de los gobernados. Suponer que hay que establecer unas formas de vivencia que no contemplen la predeterminación y garanticen la “libertad “de todos, no es una idea elemental, pues la “libertad divino tesoro” es una circunstancia que, lamentablemente, deriva en un alto porcentaje de las circunstancias económicas: la egolatría trasmitida en el poder de sumisión que se ejerce con la esclavitud, la invalidación de la libertad natural.
Pero sugerir que en los procesos penales se acuda e medias distintas de la prisión es una expresión calificada de locura e insubordinación, de ahí que la teoría de la abolición de la cárcel sea criticada como una filosofía alienada.