Cuando los caballos eran el medio de locomoción en Nueva York, se previó que en pocos años los transeúntes estarían cubiertos hasta la cabeza de estiércol del animal. La suma era exacta, pero no incluía entre sus premisas la invención del automóvil. Claro, no se puede adivinar todo lo que nos traerá el futuro.
Ahora la abundancia de autos cubrió con su desfogue de gas al planeta. Los caballos y sus usuarios estamos en peligro de extinción bajo ese estiércol. Los países que tienen el petróleo son ricos peligrosos.
En el caso colombiano un presidente planea que a la larga dejemos de ser un peligro. Hace lo que deben hacer los grandes consumidores y productores, pensando en la salud mundial. Pero entonces se descubren grandes yacimientos de gas en su país. Los ingresos a corto plazo adquieren una cargatura enorme. Es la ironía constante que nos acompaña en la política.
Maquiavelo, que era el consejero del más bien joven Cesar Borgia, cuenta en su célebre obra, El Príncipe, que tenía todo planeado para obtener grandes victorias, y añade con pesar “pero no podía prever que él pronto moriría”.
Ahora frente al dilema del planeta, el magnate Bill Gates predice que el cambio climático casi destruirá a los países del ecuador terrestre. Pero en una entrevista, tras su poco leído libro, se muestra optimista de que algún descubrimiento técnico los salvará. Es una proyección como la de los caballos, pero al revés. Tiene una débil confianza puesta en un invento futuro ante una amenaza segura. Sin embargo, algunos espectadores dudamos en que técnica alguna suplirá las labores del sol. Así como dudamos de la solidez de los presupuestos de nuestra más bien débil razón.
En pequeña escala los países hacen suposiciones de su futuro. Tienen presupuestos en el triple sentido de esa palabra que incluye el de presumir, el de la fatua presunción. Pero ya no manejan el clima, al que antes daban como constante, aun si nunca lo han manejado de veras.
Es decir, lo que antes se omitía en la presunción, ahora es lo que está definiendo la historia.
El mito de Hércules al que los mitólogos atribuyen la fuerza bruta, la energía y el trajín del mazo, así como la escasez de sutileza que tipifica al seglar Occidente, sirve para realizar a lo macho, las doce hazañas del maquinismo.
Pero la madre tierra decide, ya no es el hombre el que hace la historia, como lo creía ese otro hijo de Hércules, Carlos Marx. La naturaleza va a tratar a ese seglar, como lo hace una madrastra vengativa ante un hijo irrespetuoso y algo bruto. Estamos ante un espectáculo cósmico, y somos un pequeño planeta sobrepoblado y sobre explotado. Lo poco que hagamos es con respeto. Intentamos (si es posible) reparar ese presupuesto. Pero ya no al ritmo herculino. Sino al ritmo del geólogo. Y decía Andrés Burgos: “Un geólogo es un historiador que no se detiene en pequeñeces”.