Nadie está integrado hasta que no se educa. A propósito, se me ocurre pensar en esa multitud de inocentes que viven en medio de conflictos constantes, sin poder acudir a la escuela a templar el alma y a cultivar las destrezas necesarias para sobreponerse ante las dificultades de la vida, empeorando un entorno que ya es desesperante para muchos hogares. No olvidemos, que, si en verdad queremos salir de estos desiertos inhumanos, tenemos que podar las selvas e injertar vocablos coherentes, para armonizar furias y lograr salvar existencias. Lo importante no radica únicamente en el aprender, sino también en reprenderse y en saber discernir, en calmar abecedarios y en colmarnos de espíritu armónico; empezando, porque el colegio sea un lugar seguro en el que los seres en formación; y, por ende, volubles, puedan estar protegidos contra amenazas y crisis.
En efecto, la prioridad educativa ha de ser real; puesto que, de lo contrario, convertiremos a los angelitos en objetivo fácil de todo tipo de abusos, explotación y reclutamiento en fuerzas y grupos armados, como viene sucediendo en diversas partes del mundo. Ante esta triste realidad, la urgencia de ayuda pedagógica es vital, para romper este ciclo de miserias y comercios deshumanizadores, que nos están dejando sin corazón. Dada la situación tan extrema, me atrevo a decir que necesitamos más que nunca, centros de enseñanza que modifiquen actitudes y visiones, para sentirnos libres y solidarios. Téngase presente que, buena parte de la ciudadanía no puede ni emanciparse, al no darse cuenta del estado confuso por el que camina, manteniéndose en ideas de mercado y consumo, obviando que esta vida no es un juego, sino un deber de madurar para ser capaces de convivir y de vivir en los demás.
Por ello, ha de ser objetivo preferente en todas las agendas políticas el camino educativo. Nos lo recuerda, un proverbio africano, cuando dice que: “se necesita toda una aldea para educar a un niño”. Pero en esa población han de reinventarse métodos para instruir a los críos, para salvar el futuro de injustas discriminaciones. No olvidemos que indivisos vamos en el mismo barco viviente, y que todos necesitamos de todos en este mundo global, íntimamente conectado, lo que requiere de otras formas de entendernos y de otras maneras de actuar, promoviendo el respeto y la consideración en todo instante y lugar. Indudablemente, tenemos que abrir la mente a la situación. No podemos encerrarnos en nuestras miserias. El reencuentro es valioso para caminar juntos.
Esto me lleva a recordar otra versión del proverbio africano: “Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo”. Así es, se requiere de mucha gente, comenzando por la parentela. Desde luego, los padres siempre inciden para bien o para mal, en el desarrollo moral de sus hijos. Al fin y al cabo, lo que nos interesa es el buen juicio y la sensatez, que es lo que nos ayuda a crecer. Por eso, en la docencia tampoco asimilamos solamente conocimientos, sino que nos ejercitamos también en los hábitos y valores. Allí, en sus aulas, han de darse lecciones inolvidables e integradoras. Descubriremos que tan significativo como la mente es el ánimo, pero también las manos que pueden acariciar o herir y el mismo andar, que puede hacer camino o crear desconcierto. En consecuencia, el acceso a las oportunidades de aprendizaje, no se le pueden negar a nadie, es una necesidad absoluta para hacer familia y para poder convivir en concordia.
Si acaso, me quedo con la inolvidable receta de la Representante Especial del secretario general para la infancia y los conflictos Armados, Virginia Gamba, durante la Reunión Fórmula Arria, ante el tema de los ataques a las instituciones en octubre de 2017: “Las escuelas deben ser tratadas como santuarios y es nuestra responsabilidad común garantizar que todos los niños tengan acceso a la educación, incluso en tiempos de conflicto”. ¡Qué gran verdad!