La paz cotidiana

Viernes, 6 de Octubre de 2017

Pocas cosas me parecen tan cobardes como las amenazas que profieren entre sí, los seres humanos. Es vergonzoso pretender lograr con  intimidación, lo que no se consigue con  inteligencia, y de alguna manera, muchos de quienes nacimos a mediados del siglo pasado y crecimos en Colombia, nos acostumbramos a vivir amenazados: por la guerrilla, por los extraditables,  las autodefensas, la corrupción,  el matoneo. Así hemos vivido, entre lidiando y rezando para que nunca  sea el miedo quien nos diga qué hacer, qué omitir, decir o callar.

Hay otro miedo, más peligroso, originado en el interior de cada quien, y puede terminar por asfixiarnos la felicidad y la confianza, como un hongo arrasador. Hay expertos en tejer y deshacer sus propios fantasmas; y a   otros -los titiriteros que denominamos factores de origen o de sociedad- se los tejieron a escondidas, y quedaron atrapados.

Algunos le temen a la oscuridad o al olvido; a la soledad, a los espacios abiertos y a los corazones cerrados;  a la estupidez propia o ajena; a la pobreza y al silencio; a la incertidumbre, al mar o al desamor. A la muerte. A la vida.

Cuando algo nos intimida desde adentro, nos volvemos vulnerables y primarios. Alineamos nuestras neuronas en “modo defensa”, y ése es el carácter menos generoso de nuestra pequeña humanidad.

La consideración y la capacidad de empatía, son cualidades propias de personas emocionalmente desarrolladas; personas que no se han dejado esclavizar por los miedos, y  son capaces de querer más a los demás que a ellos mismos. Ésas son las personas que pueden salvar al mundo de sí mismo y del narcisismo, de los ídolos de neón, del suicidio  y los exilios.

Salvarlo, no en términos milagrosos, sino en la cotidianidad, que es -finalmente- lo que construye o destruye la vida.

Salvarlo, porque una de las libertades más preciadas, es la de no tener ni generar miedo, y así ejercer la vida a plenitud y a conciencia.

Las guerras y todas las gamas de infamias asustan, amarran, castran; se retroalimentan de dosis individuales y colectivas de temores instigados  por quienes siendo débiles se disfrazan de fuertes, y se ocultan entre amenazas y trincheras.

Cómo sería de productiva y decente nuestra política, nuestra vida personal y profesional si nos basáramos en relaciones de confianza y no en relaciones de temor. Si la gente comprendiera que el respeto se gana, pero el poder se desborona; que las ametralladoras dan asco, mientras la palabra enaltece; que la bravuconería es torpe, lo indigno  indigna, y la verdad  sublima.

Luego de miles de muertos, años de diálogos y negociaciones intensas, las Farc entregaron sus armas. Muy importante. Pero ni ellos ni nosotros hemos entregado nuestros miedos.

Quizá algún día un Alto Comisionado para la Confianza,  logre que negociemos entre todos y con cada uno de nosotros; con la propia arrogancia y el propio duelo, imperfectos y frágiles. Entonces admitiremos la verdad, guardaremos en containers los temores y violencias que dimos y recibimos, y luego los fundiremos en trozos de libertad. Y habrá empezado la paz cotidiana.

ariasgloria@hotmail.com