Bogotá se está convirtiendo en una ciudad mendicante, son pocas las esquinas o semáforos donde las personas no son abordadas por gente en condición de indigencia. Transmilenio es insoportable, no tanto por el hacinamiento sino por mendigos, la gran mayoría jóvenes y venezolanos, que han desplazado a los nacionales en la industria del centavo.
En un viaje de 30 minutos en Transmilenio me puse a la tarea de observar aquellos que se subían a contar historias tristes, casi todos con una pareja y uno o más niños. Todos manejan un modelo de introducción con el mismo libreto, sus historias coinciden con algunas variaciones, el tiempo de la perorata es más o menos igual, unos tres a cinco minutos y la intención verbal contundente. Utilizan palabras conmovedoras, frases y epítetos convincentes, reafirman repetidamente que no es mentira lo que dicen, manejan el arte gestual y saben el momento exacto para terminar y hacer la ronda de entrega de caramelos por unos centavos, comprometiendo a quienes los reciben y otros simplemente después del discurso o una canción, recogen monedas y algunos billetes que les dan.
Observé contando el número de buenos samaritanos, entre esos yo mismo, que aportamos a la desgracia de esos pobres seres humanos, pero me puse a hacer la cuenta y en promedio recogen entre cinco a siete donantes, que sumados podrían ser entre dos a tres mil pesos por estación a una duración de 10 minutos más o menos por viaje. Enseguida abordan otro articulado y repiten el guion.
Haciendo cuentas, en una hora pueden recoger unos treinta mil pesos y con cuatro horas de dedicación pueden sumar 120 mil pesos por medio tiempo, entre dos a tres millones mensuales. Algunos pagan el alquiler del niño, otros lo comparten con la pareja.
En los semáforos es igual, ancianos, invidentes, discapacitados, familias enteras, limpiavidrios, vendedores de todo, calibradores de llantas. Este fenómeno creciente se ha convertido en la industria del centavo, estoy por creer que existe una industria del centavo con capacitación y entrenamiento, porque es perfecto y muy rentable. Personas de toda condición, desde el menesteroso o drogadicto, hasta hombres y mujeres en forma, jóvenes y mayores, bien vestidos y bien hablados hacen parte de esta industria que cada día crece más y más.
Frente a esta particular situación, el Estado conociéndola, poco hace, el malestar de la ciudadanía en las esquinas y en Transmilenio no es de importancia, pues más allá de la falta de empleo, está el bienestar ciudadano de quienes pagamos impuestos y manejamos una vida ordenada y respetuosa con nuestros semejantes.
No tengo la fórmula perfecta, pero si la idea y es formalizar a muchos de esos comerciantes, capacitar a quienes quieran hacerlo, prohibir el uso de niños en la mendicidad y regular a los vendedores en Transmilenio, autorizando a algunos y carnetizándolos como guías voluntarios, obligándolos a pagar algún estipendio por el derecho a vender. Es hora de poner la cara a esta situación.