Muchas esperanzas guardó la vigésima quinta Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, COP25, finalmente realizada en Madrid, España, que compiló por demás la décima quinta reunión del Protocolo de Kioto, que tiene por objetivo reducir las emisiones de seis gases de efecto invernadero que causan el calentamiento global y la segunda reunión del Acuerdo de París.
Es claro para todo el mundo que es necesario continuar en el empeño por reducir las tasas de calentamiento global. Gráficamente podemos imaginar el globo terráqueo como un gran invernadero de cultivo de plantas y percibir su energía interior para entender que una alta concentración de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera atrapa una cantidad de energía que no puede salir al espacio, la retiene en el interior del planeta, vuelve a reflejarla a la superficie y hace que la temperatura de la tierra se eleve.
No obstante las críticas a las conclusiones de la reunión, en el momento de acordar y asumir unas exigencias de los países específicamente para reducir las emisiones de estos gases de efecto invernadero y en las denominadas contribuciones nacionales determinadas para 2020, hay defensa en el sentido que se generó un texto ambicioso y sólido para la posible regulación del mercado internacional de carbono, de modo que un país desarrollado puede incluir en su haber las emisiones que se ahorren por cuenta de reforestar en otro país. El meollo está en no incurrir en una doble contabilidad que genere un espejismo.
Y por otro lado se abrió el abanico para insistir porqué esta lucha por el cambio climático no esté aislada sino de la mano de la condición inexcusable, concomitante y sine qua non de la protección a la biodiversidad.
Y es aquí donde entra en juego, como ficha del ajedrez, la vaca. Así lo titulaba la Agencia de Noticias de Francia - AFP: “La vaca, enemiga del clima pero indispensable para la biodiversidad”.
De los seis gases de efecto invernadero como son el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso y otros tres gases industriales fluorados, se le asigna al sector ganadero la responsabilidad del 16,5% de sus emisiones. Sin embargo, expertos en la Convención, afirmaron que su nivel de impacto es mucho menor que el de una instalación industrial y que debe considerarse su importante contribución en la protección de la biodiversidad por la riqueza de especies que multiplica en la pradera.
Si bien en la COP25 expertos reclamaron, en la meta de limitar el calentamiento a + 1,5 ºC, que los países desarrollados debían acordar un techo de producción ganadera; para otros, la culpa no es de la vaca sino de la ganadería intensiva, no extensiva en pradera y arbustos.
Esto lleva a pensar que no necesariamente por “conciencia ambiental” hay que dejar de comer de carne y tomar leche. Entre los expertos, la vaca de potrero, estigmatizada, que nos ha alimentado de generación en generación, empieza a ganar adeptos, dada su contribución en la preservación de otras especies. Incluso hoy se habla de su alimentación de arbustos, entre otras. Como también se le ha dejado de indilgar solo a ella la producción de esas emisiones, cuando muchos mamíferos también hacen parte de ello.
* Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI
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