La Farc, el partido político en que se convirtió la antigua guerrilla de las Farc, ha decidido suspender la campaña política en la que participaban con un candidato presidencial y varios al Congreso de la República, a raíz de las agresiones en la vía pública.
Más allá de la inconveniencia o del descaro que signifique el mantenimiento de las siglas que los hicieron sangrientamente famosos o del hecho ineludible de que aún no han definido su situación jurídica de manera definitiva, entre otras razones por que la JEP aún no empieza a funcionar, es lo cierto que los ataques contra ese grupo político distan de ser una anécdota que pueda despacharse con un simple “se lo merecen”, como algunos insinúan.
Es un juego peligroso. Y hace mucho mal que partidos como el Centro Democrático hayan decidido azuzar la violencia e instrumentalizar sus réditos políticos como ocurrió en el departamento del Valle, donde candidatos de esa colectividad o reconocibles dirigente de cuadros de ese partido, megáfono en mano, arengaban a la muchedumbre.
Así comenzó el exterminio de los liberales en los años cincuenta. Y reclaman los conservadores que el de ellos en los años treinta. El fanatismo de huestes ignorantes o resentidas o con alguna razón real o imaginada para odiar al otro, azuzada y legitimada por sus directivos políticos es el germen inicial de fatales espirales de violencia fratricida.
Se empieza por organizar manifestaciones de jóvenes con camisas negras, o por aceptar personas con camisetas de “no a la restitución de tierras” en sus mítines políticos, o por justificar las ejecuciones extrajudiciales de jóvenes pobres con frases destempladas, y se termina por parecerles más prioritaria la investigación del hurto de un computador que la de los múltiples y nada aislados asesinatos de líderes sociales.
No es cierto, y en ello se equivocan quienes así lo pregonan que lo que está pasando contra el partido Farc sean abucheos que se inscriben dentro de la legítima libertad de expresión. Llamar “abucheos” al lanzamiento de botellas congeladas de agua, de ladrillos y guijarros, o al apuñalamiento de las llantas de los vehículos, es mucho más que el uso de un eufemismo, es una descarada justificación.
No debemos olvidar que somos el país en el que en el propio recinto del Congreso de la República fue asesinado el Representante Gustavo Jiménez y gravemente herido Jorge Soto del Corral por contradictores políticos que como algunos de los de hoy, creen que hay personas que simplemente no tienen derecho a pensar diferente. De esas arenas vienen los lodos que estructuraron el exterminio de la UP o el todo vale de hoy para atajar el tal “castrochavismo”.
Así vamos en pleno siglo XXI portándonos como las hordas de la noche de San Bartolomé o las de la de los cristales rotos. En el límite de la decencia humana, perdiendo la superioridad moral que se tenía respecto de los asesinos y caminando en la cornisa del Código Penal que en el artículo 134B amenaza con penas de prisión a quien hostigue a otro u otros por motivos de ideología política.
@Quinternatte