Mirándonos el ombligo
La situación está para alquilar balcón. Un Fiscal y un Procurador que se creen los únicos poseedores de la verdad, como si el país entero girara únicamente en torno de sus discursos; una Corte que se lava las manos y endilga el problema a un Legislativo que no está preparado para afrontar un desafío de opinión pública; un país retrógrado, cerrado entre unos convencionalismos extraños mientras abre su comercio a todas las esquinas del mundo, sin el apoyo claro para los sectores que podrían verse perjudicados. La historia de un país encerrado en sus historias, como si el planeta entero se hubiese detenido y pudiese encerrarse en sí mismo.
De nada sirve decir que la globalización existe cuando en Colombia seguimos en el mismo conflicto histórico de hace cinco décadas, en la discusión entre el marxismo retrógrado de las guerrillas y la derecha intransigente que considera que su posición es la única existente. Entre las libertades individuales logradas en el liberalismo ilustrado y el ostracismo religioso para todos aquellos que pregonaran ideas medianamente revolucionarias. Colombia gira en torno de sí misma, extraña frente a los otros países, como olvidada en el tiempo.
Claro, América Latina viene también recogiéndose en sus historias de dictadores tropicales y el mundo entero busca reivindicar a través de la protesta nuevas libertades. Pero nosotros continuamos en el mismo discurso, inmerso en esa línea inexistente entre el siglo XIX y el siglo XX, en la mitad del siglo XXI. Nuestros políticos siguen pensando en aprovecharse de todos los ciudadanos, como hiciesen los aristócratas con sus vasallos; nuestras instituciones viven bombardeadas por sus crisis de legitimidad como la Tercera República francesa.
Colombia es el reflejo perfecto del reciclaje de la historia, logrando aunar en el mismo momento espacios que en el mundo entero lograron superarse. Quizá el único logro real de los últimos años es haber logrado convivir con un vecino ideológicamente opuesto, a pesar de las puntadas equivocadas que no faltan, o hubiésemos repetido la historia de la segunda Guerra Mundial y sus radicalismos exacerbados.
Creo que el problema es que aún nuestros líderes no están a la altura de las circunstancias, nuestra educación sigue siendo mediocre y limitada, nuestras creencias siguen manteniéndonos enceguecidos a la espera de la ración de comida que presentó Saramago en su ensayo. Quizá nos falta una primavera árabe a la colombiana, o al menos, que alguno de nuestros gobernantes deje de mirarse el ombligo y salga a la calle a empaparse de realidad.
@juandbecerra