JUAN DANIEL JARAMILLO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Domingo, 28 de Abril de 2013

El matrimonio igualitario

El  debate sobre el matrimonio homosexual en el Congreso da la medida exacta que hoy tiene este cuerpo: ausencia de análisis serio e informado. Basta evocar muy superficialmente los debates legislativos que antecedieron las reformas civiles que reconocieron a la mujer derechos durante la primera administración de Alfonso López Pumarejo (1934-1938) o los que se dieron durante la administración Lleras Restrepo (1966-1970) a raíz de la denominada Ley Cecilia que impone la paternidad responsable.

Se escucharon entonces no frases sueltas -twiters colmados de superficialidad, como hoy ocurre- sino resúmenes orales de reflexiones sesudas que salían de la boca de grandes de esas ramas legislativas, Dario Echandía, Ricardo Uribe Escobar, Luis Enrique Tascón, Alfonso Romero Aguirre o Germán Zea. Al ser leídas sus intervenciones en los anales del Congreso o publicadas después como piezas magistrales se advierte de inmediato la solidez académica y responsabilidad histórica en tiempos en que los senadores y representantes carecían de decenas de asesores bien remunerados.

Lo de hoy es un espectáculo que revela la decadencia. La politiqueria de los pitos, tomates y empujones para acallar al contrincante. Y de este entorno no se salva nadie. Ni opositores ni partidarios de la reforma. Estadisticas, estudios psicológicos, proyecciones económicas brillan por su ausencia y han venido a ser sustituidas por twiters escritos a las volandas que violan ortografía, semántica, verdad, elegancia, prudencia y toda noción de lo que constituye el deber hacia el Estado.

En Colombia se sufre de la enfermedad del bautizaje. A todo es preciso encontrarle un nombre con prescindencia de lo sustantivo. Ahora se trata del matrimonio igualitario -el bendito rótulo que se inventaron los amigos del proyecto- para confrontar y antagonizar a sus enemigos.  Se busca un núcleo duro de derechos y garantías justas para las parejas del mismo sexo. Yo mismo -de convicción política conservadora- me permití apoyar públicamente la aspiración de un grupo que encabezaban Virgilio Barco Isakson y el magnífico jurista Germán Humberto Rincón Perfetti hace más de 10 años en una columna publicada en El Tiempo, cuando todavía constituía el más grave tabú (y riesgo al honor) referirse al tema. Recuerdo que a un senador conservador y al candidato de mi preferencia, Álvaro Uribe Vélez, les propuse respetuosamente marcharle a la propuesta.

Pero se equivocan los partidarios del matrimonio igualitario en su estrategia y objetivo. Pretender similares condiciones ahora en un país donde brota aún fuerte la incomprensión es un error. Además -y pido perdón por mi osadía ante los nuevos sacerdotes del matrimonio homosexual- sigo pensando que la historia constitucional y legislativa en nuestro país se construye sobre la base de unión entre mujer y hombre.

Se requieren protecciones. Los casos de dolor y miseria personal que resultan de la falta de tutela legal a las relaciones del mismo sexo no nos pueden cerrar los ojos. Sería, entre otras razones, profundamente antiético y anticristiano (para quienes somos cristianos y además católicos). 

El Congreso debe entrar en un período de autorreflexión honda. No solo frente a este proyecto sino ante todos. No hay  estudio metódico. Se perbibe un relajo barato, una especie de plaza de mercado donde se cruzan insultos entre marchantas y conductores de volqueta. Se trata de descalificar siempre la calidad personal del contrincante, no de entrar en la médula de sus tesis. Pero el problema es que no hay tesis. Entonces se trata, por lo pronto, de empezar a estructurarlas. Porque el país necesita escucharlas.