Senderos de libertad
Por estos días se han recordado los 25 años del asesinato de Chico Mendes. El líder ambientalista y agrario de la Amazonia brasileña que cayó abatido en la entrada de su propia casa a manos de asesinos a sueldo de terratenientes despojadores de tierras.
Con el título de este artículo escribió Javier Moros la que es probablemente la mejor investigación, no solo de lo que fue la vida de Chico Mendes, sino de aquella época turbulenta de los años setentas y ochentas del siglo pasado en los Estados amazónicos del Brasil. En esas décadas, que coinciden con las de la dictadura militar brasileña, se inició una despiadada colonización de la selva amazónica. Despiadada, pues se hizo sin ninguna consideración de mínimas condiciones ambientales. Sin reparar en la fragilidad del bosque amazónico. Arrasando con todo lo que se interponía en la construcción de carreteras que sin ningún estudio de impacto ambiental prohijó el Banco Mundial por aquella época.
Chico Mendes representaba a la comunidad cauchera. El estudio de Moro se remonta hasta la segunda Guerra Mundial, cuando los Estados Unidos, para garantizarse el suministro de una materia prima fundamental como era el caucho natural (cuya producción en Malasia y en el resto de la península indochina había caído bajo el control japonés), apoyó el cultivo del caucho en la región amazónica. Pasada la guerra el cultivo perdió importancia estratégica.
Los caucheros (los siringueiros, en portugués) eran portaestandartes del cuidado del bosque. Para sangrar el árbol del caucho hay, ante todo, que cuidarlo como cultivo y proteger su entorno. El siringueriro es por tanto enemigo del avasallamiento del bosque tropical.
Como bien lo relata Moro, cuando el interés por el caucho natural se desvaneció al terminar la guerra, comenzó la guerra despiadada contra los caucheros. ¿Cómo? Iniciando una deforestación sin precedentes de la Amazonia para establecer grandes ganaderías extensivas. Los indígenas brasileños fueron también parte de esta tragedia. Sus tierras se invadieron; no se demarcaron; y mucho menos se protegieron.
Contra esta violenta embestida que fueron los años setentas y ochentas del siglo pasado en Brasil, comenzó a surgir una cultura ambientalista que aparece en los Estados amazónicos primero; que se trasladó luego a las oficinas de Brasilia; y por último a los foros de los bancos multilaterales en Washington, principalmente el Banco Mundial y el BID.
Estos bancos, en un principio, aprobaron préstamos al Brasil para construir las carreteras transamazónicas sin ningún condicionamiento ambiental pero luego, gracias a esta generación de luchadores ambientales a la que perteneció Mendes, debieron reconsiderar sus primeras aproximaciones al tema. Igual sucedió con el Congreso de los Estados Unidos.
Pero la pelea fue algo más que unos simples alegatos ambientalistas. Cuando se abre la Amazonia al desarrollo, detrás de las carreteras y detrás de la expulsión de los caucheros que cuidaban el bosque llegaron los ganaderos. Muchos de ellos mafiosos que a menudo coludidos con las autoridades locales expulsaron a los indígenas y a los caucheros, para implantar ganaderías extensivas sin Dios ni ley en aquella región. Una de sus víctimas, pero desde luego no la única, fue Chico Mendes. Líder del sindicato de caucheros y defensor de los despojados de la tierra.
Lo que aconteció en Brasil no deja de tener tristes similitudes con lo que pasó en Colombia en el último cuarto de siglo. En nuestro país también miles de familias campesinas fueron despojadas a sangre y fuego de sus tierras por violentos de todos los pelambres: paramilitares o guerrilleros. Y, claro, como en Brasil, cayeron por obra de las balas asesinas muchísimos Chicos Mendes.