Todos somos responsables
Empiezan a aparecer signos muy preocupantes en la economía colombiana, que infortunadamente se acompañan de indicadores líderes que anticipan un peor desempeño en los meses que vienen. En los últimos días, por ejemplo, se ha caído la venta de automóviles, se ha deteriorado el número de licencias de construcción concedidas, aumentan inventarios de las empresas, y se ven datos inquietantes en la demanda de energía. Todo lo anterior se suma a una paralización de la industria colombiana, un muy bajo comportamiento del agro, una caída en la construcción y desaceleración de la minería. Todo lo anterior mostró ya una reducción del comercio en diciembre y enero, y por ende un deterioro en el consumo y la inversión interna.
Todo lo descrito prende alarmas por todos lados, y se vuelve inexplicable en un país al que le llegan masivamente recursos de inversión extranjera, que sale como el gran polo de interés para los empresarios del mundo, y que inunda la prensa internacional con titulares que describen a Colombia como el “país de moda para invertir”.
El resultado es un país que deteriora la confianza en su interior, y que construye un clima de pesimismo y zozobra en sus nacionales. En simultánea, aumenta la confianza de los internacionales y alimenta en ellos un optimismo abrumador.
Lo que parece un contrasentido es el resultado de nuestros propios errores. Administrativamente (Bogotá que representa más del 30% del país) destruye la iniciativa privada de construcción, demoramos en el Ejecutivo las obras de infraestructura por temor a las “ias” o simplemente porque no somos capaces de ejecutar la inversión pública, hacemos más lento el desarrollo minero elevando el tiempo requerido para las licencias ambientales o haciendo imposible su consecución (hoy en promedio las licencias se están demorando el doble de hace algún tiempo).
Por otro lado el Banco de la República reacciona tarde y débilmente a la caída de la economía, aun teniendo mucho margen de maniobra para modificar las tasas de interés. Lo propio en su reacción a la tasa de cambio, en donde sus actuaciones distan de ser óptimas para evitar la revaluación de la moneda.
Lo mismo pasa en el Legislativo, en donde aprobamos leyes que en nada resuelven el tema fiscal y que, por el contrario, aumentan el problema de apreciación de la moneda (ANIF llamó la atención sobre perversos efectos derivados de la reforma tributaria). Y mientras tanto, el judicial pretende sostener beneficios pensionales, más allá de lo normal, privilegiando el bien particular sobre el bien común.
Llegó el momento de revisar los errores que cometemos internamente que están frenando la gran oportunidad que tenemos como nación para aprovechar nuestro “boom” internacional. De no hacerlo habremos simplemente perdido el “momentum” que tuvimos para ser una nación económicamente más próspera. Para no ir muy lejos, ya perdimos un puesto con Perú en el Ranking de Ernst&Young de las economías más globalizadas, y sigue pasando lo mismo con el resto de sistemas de referenciación en competitividad.