CERTIDUMBRES E INQUIETUDES
El Papa y los abogados
Dijo el Papa Francisco, refiriéndose a Cristo: “¡Es lindo sentir que tenemos un abogado! ¡Cuando uno es llamado por el juez, tiene un juicio, lo primero que hace es llamar un abogado: ¡nosotros tenemos uno que nos defiende siempre, nos defiende de las insidias del diablo, nos defiende de nosotros mismos, de nuestros pecados!”.
El Santo Padre pidió al mundo orar por los abogados, protegerlos y respetarlos, en cuanto “son enviados por Dios como ángeles para defendernos”.
Palabras sinceras y reconfortantes para quienes escogimos la bella profesión del Derecho, tanto más en cuanto vienen del más importante líder del mundo. Pero están dirigidas a los abogados honestos, que actúan para realizar la justicia -el primero de los valores jurídicos- y no por ambición económica, ni para complacer al poderoso, ni para defender al corrupto.
El Derecho es una profesión hermosa. Un sacerdocio que se debe ejercer con pulcritud, dentro de los cánones de la legalidad y de la moralidad. A la inversa de lo que predican algunos, cuya fuente de “éxitos” se encuentra en la marrulla y en la mentira, el Derecho sí tiene que ver con la ética, aunque no se confunde con ella. El ejercicio del Derecho sin la ética es un ejercicio indigno y malévolo, que conspira contra la justicia; que atenta contra la sociedad; que avergüenza porque prostituye a quien así lo practica.
En estos días, durante la entrevista con una niña de apenas 16 años que desea ingresar a la carrera en la Universidad que dirijo, le pregunté: “¿No te desanima ver tanta corrupción en la administración de justicia y entre los abogados?”. Me respondió: “No, doctor. Por el contrario, ese panorama me impulsa con mayor fuerza a convertirme en abogada, porque mi generación está llamada a renovar, a cambiar, a devolverle al Derecho la cara limpia”. Una espontánea respuesta que me conmovió, y que reafirmó la fe que deposito en nuestra juventud.
Los jóvenes estudiantes de Derecho miran asqueados lo que sucede. La impunidad. La compra y venta de fallos. Los procesos adelantados sobre la base de falsos testimonios. Las dilaciones injustificadas. Las tretas de algunos litigantes. La ambición y el cohecho en altos cargos de la magistratura. El descaro de quienes se aferran a sus puestos cuando han pisoteado y ofendido la dignidad de los mismos.
Serán ellos, los abogados mencionados por el Papa y los jóvenes honestos -no las reformas normativas- quienes nos devolverán la confianza en el Derecho.