JAIME PINZÓN LÓPEZ | El Nuevo Siglo
Miércoles, 5 de Marzo de 2014

Maduro y la oposición

 

En Venezuela  ha habido  dictaduras y democracia.  Ella vino a menos a finales del siglo XX porque la corrupción y las equivocaciones condujeron a la desaparición de los partidos Acción Democrática y el Social Cristiano (Copei), lo cual facilitó la llegada de la “Revolución Bolivariana”.

El presidente Nicolás Maduro es un hombre leal a la memoria de su protector y antecesor en la primera magistratura Hugo Chávez, quien cumple hoy un año de fallecido. Por recomendación suya los venezolanos lo eligieron para el período 2013-2019, en reñidos comicios, frente a Henrique Capriles, a quien derrotó por siete millones quinientos ochenta y siete mil votos contra siete millones trescientos  sesenta y tres mil.

El señor Maduro tiene  perfil especial, fue integrante del grupo de rock Enigma, beisbolista, conductor durante nueve años del metro de Caracas, sindicalista, diputado reelegido a la Asamblea Nacional y ministro de Relaciones Exteriores. No es un estadista pero se ha preocupado por adquirir cultura y analizar problemas nacionales e internacionales.

Soporta  grave crisis, con  pésima situación económica, escasez de alimentos, tasa alta de desempleo, inseguridad y turbulenta movilización pública, reprimida con manifestantes muertos y acusaciones contra la Guardia Nacional.

Ante los enfrentamientos se pide conversar porque las dificultades no se solucionan con el programa de gobierno, ni con el desarrollo de la geopolítica, ni siquiera si el Papa Francisco acoge su petición, formulada durante su reciente visita al Vaticano, para santificar a José Gregorio Hernández.

El Pontífice es partidario del diálogo de Gobierno y oposición, al igual que la ONU y la OEA, al cual Maduro ha abierto una ventana.

El Presidente dice que quienes promueven los disturbios buscan  tumbarlo, lo cual, si la afirmación es cierta, no tendría sentido por cuanto solamente las Fuerzas Armadas podrían dar un golpe de Estado y ello en nada beneficiaría a los inermes críticos de su gestión.

En tiempos de convulsión se necesita unidad nacional y la incorporación a los cuadros administrativos de personas capaces  de programar y ejecutar soluciones. La desestabilización no le conviene a Venezuela, ni a América Latina. Confiamos en que, con sentido común, mejore la situación en el curso de los próximos días.