JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR | El Nuevo Siglo
Jueves, 16 de Octubre de 2014

Fiebre reeleccionista

 

Durante casi todo el siglo XX era impensable establecer en los regímenes democráticos presidencialistas  americanos una reelección indefinida, mucho menos era admisible que se modificaran las constituciones incluyendo la reelección, beneficiando a quien en ese momento detentaba el poder.  

Con la salvedad de  los Estados Unidos de América,  cuya Constitución lo permite por una sola vez, raro era ver un sistema presidencialista con posibilidades de reelección, por muchas razones que tienen que ver más con la esencia misma de la democracia.      “No está bien que una persona permanezca mucho tiempo en el poder”, señalaba el mismo Bolívar. Democracia es  alternación en el ejercicio del poder público.  El mismo cambio  es positivo para renovar los sectores políticos, el acceso al ejercicio de los cargos públicos y evitar la corrupción y el abuso.

Sin embargo, a finales del  pasado milenio,  comenzó una “nueva ola”  en los regímenes  latinoamericanos, que se originó en Venezuela y el chavismo reformó la Constitución para poder perpetuarse en el poder y bien que lo ha logrado; esa corriente fue seguida por Ecuador, Argentina, Bolivia, Nicaragua, Brasil y hasta por la misma Colombia. Una fiebre reeleccionista comenzó a recorrer a América entera; se perdieron los escrúpulos para proponer reformas que  beneficiaban al mismo gobernante, todo bajo el supuesto de que  había mucho por hacer, como si en las naciones se pudieran agotar las necesidades  de los pueblos y los quehaceres de los gobernantes. La verdadera razón, más bien obedece a una especie de “salvadorismo”, que en ciencia política sería la creencia mesiánica de un líder, que lo lleva a pensar que es el único que puede solucionar los problemas de un país, por lo tanto es insustituible y que las instituciones deben ceder ante su deseo de permanecer en el poder.

Acaba Bolivia de elegir para un tercer mandato al señor Evo Morales que, si lo termina, habría ajustado  catorce años en ejercicio del poder ejecutivo y a lo mejor piense que no es suficiente y aspire a otra reelección. Sin duda  muestra buenos resultados en su gestión en los campos social y económico; pero hasta dónde su reelección indefinida no es un gran costo para la democracia, está debilitando las instituciones y rompiendo el equilibrio de poderes públicos.

A mala hora Colombia optó por el mismo camino, contagiada por la misma fiebre, admitiendo la reelección presidencial; a buena hora se le puso límite a la reelección indefinida y en buen momento marcha una reforma en el Congreso para regresar a la no reelección presidencial, cerrando el camino para volver a ella en el futuro, al menos por Acto Legislativo. Cuatro años puede ser poco para la enorme tarea que hay que realizar en un Estado, pero para eso están los programas y los partidos políticos que se comprometen a realizarlos. Ello es mejor que depender de caudillismos y de la prepotencia que cala en los espíritus de quienes se creen ungidos para gobernar. La democracia sigue siendo la mejor de las alternativas, siempre y cuando no la combinen con la dictadura.