JAIME ALBERTO ARRUBLA PAUCAR | El Nuevo Siglo
Jueves, 23 de Mayo de 2013

Lesa humanidad e imprescriptibilidad

 

Falleció la semana pasada el exdictador argentino Jorge Rafael Videla, quien personificaba la más sangrienta época reciente en el país austral.

El deceso ocurrió en su celda del penal de Marcos Paz, donde cumplía condena de cadena perpetua y otras por múltiples crímenes de lesa humanidad. Encabezó el golpe militar de 1976 que derrocó a la viuda de Perón. Un balance  nefasto dejó su paso por el poder, más de 30 mil desaparecidos, en el denominado Plan Cóndor, por no profesar las ideas del régimen, en operaciones de “limpieza”, donde  los  retenidos, sin fórmula de juicio, eran arrojados al mar. Más de quinientos niños robados a sus madres en cautiverio, argumentando que los embarazos eran pretextos para buscar beneficios; entre los arrebatados  el nieto de la presidenta de las Abuelas de la Plaza de Mayo; solo 100 de ellos han podido reencontrarse con sus consanguíneos. 

Había sido indultado en 1990 por el presidente Carlos Menen, pero luego vuelto a enjuiciar y a condenar, porque sus delitos  eran de lesa humanidad.

Es que los crímenes de lesa humanidad no son indultables, ni amnistiables, ni perdonables, ni prescriptibles. Son la peor afrenta criminal que puede hacerse a la humanidad, de allí el esfuerzo que desde la dogmática se ha realizado para configurarlos, y la unión internacional plasmada en el Tratado de Roma para perseguirlos y enjuiciar a sus actores, cuando las justicias locales no lo hagan.

Lo sucedido debería ser aleccionador para todos aquellos que detentan el poder y creen que la imposición de su ideología los autoriza, so pretexto de purificación social, a cometer crímenes atroces. Ya están  lejos aquellos tiempos donde esas conductas quedaban en la impunidad. El caso del exdictador Videla es un gran ejemplo y en Colombia no nos quedamos atrás, acabamos de  observar lo resuelto por la H. Corte Suprema de Justicia en relación con los responsables de la masacre de Segovia en el Departamento de  Antioquia.

El otrora pomposo hombre de Estado, conduciendo a su antojo el destino del  pueblo argentino, labró su destino, morir en una celda, solo con sus sombras y con las víctimas todavía clamando justicia en las calles de Buenos Aires.