HUGO QUINTERO BERNATE | El Nuevo Siglo
Martes, 17 de Septiembre de 2013

La Verde amenazada

 

Como si se tratara de una orquestada “operación de medios”, de esas que organizan empresas especializadas, como aquéllas que posicionaron a DMG, en las últimas semanas, los noticieros de televisión se han dedicado a la publicación de incidentes en los que hay supuesto uso excesivo de la fuerza por parte de la Policía Nacional.

Como si de pronto todos los policías hubieran enloquecido y decidido usar arbitrariamente la fuerza, los noticieros y las redes sociales se han llenado de vídeos de agentes dando bolillazos, o puñetazos, o disparando. En todos los informativos, las imágenes aparecen sin contexto alguno. Se presenta única y exclusivamente la violencia oficial, como si se tuviera el definido propósito de crear en la opinión, la imagen de un uso gratuito y abusivo de la fuerza.

La semana pasada, por ejemplo, se difundió el vídeo de unos policías que fueron salvajemente atacados por unos gamberros en Bello (Antioquia). Algunos anunciaron el documento como una agresión policial, pero en realidad se veía todo lo contrario, que las víctimas eran los patrulleros, mientras que la gente del sector celebraba la paliza que estaban recibiendo.

El problema de civiles atacando a la Policía y de algunos medios haciendo eco de ello es un síntoma gravísimo del deterioro de la cohesión nacional. Están lejanos los tiempos en que la presencia de un uniformado era suficiente para disuadir a borrachos involucrados en una riña, o al marido agresor, o a cualquier infractor.

Hoy, como se vio en los desmanes del “tal paro nacional”, pegarles a los policías se volvió deporte nacional. Y la crispación de algunos contra los uniformados es tal, que no solo los agreden, sino que les niegan cualquier derecho de defensa o de reacción.

Algo anda muy mal en una sociedad, cuando no se respeta la autoridad. O, mejor, cuando la autoridad no logra hacerse obedecer sin recurrir a la fuerza.

Es obvio que algunos hombres de la Policía han contribuido al resentimiento que hoy parece estar saliendo a flote en contra de la institución. Casos tan aberrantes como el del grafitero Diego F. Becerra, o el del patrullero Jairo Díaz, supuestamente asesinado por sus propios compañeros o el más reciente del desalojo de un “amanecedero” en el sur de Bogotá, muestran que algo está fallando en la formación de esos servidores públicos o en el seguimiento institucional de su desempeño profesional.

Probablemente, tantos problemas sean consecuencia, entre otras cosas, de abandonar la característica fundamental de la institución, pues a pesar de su definición constitucional como cuerpo civil armado, la realidad nacional ha ido convirtiéndola, cada vez más, en un cuerpo militar.

Si la paz está al alcance de la mano, como dicen algunos, debería sacarse a la policía del conflicto armado para concentrarla en su tarea natural de aseguramiento del ejercicio de los derechos y garantías ciudadanas. Tal vez, esa dedicación exclusiva haga que algunos de sus hombres no vean en cada civil -sobre todo si es mechudo y joven- un enemigo potencial, sino un simple ciudadano con derechos y obligaciones. Como los uniformados, pero con menos responsabilidades. 

@Quinternatte