Luto en la Iglesia Católica
“Prefería dar impulso a recibirlo”
RESULTO muy sensible y dolorosa la muerte de Monseñor Guillermo Agudelo Giraldo, presidente de la Academia Eclesiástica de Bogotá, director de la revista “Verdad y vida”, meritorio educador y valor de gran jerarquía humanística en la Iglesia Católica.
Monseñor Guillermo Agudelo Giraldo fue ante todo un hijo de Dios y un miembro del cuerpo místico de la Iglesia Católica. Su actividad fue caudalosa, educó en forma gratuita a cerca de 10.000 niños de familias pobres. El Vaticano le hizo algunos reconocimientos significativos por su extraordinaria colaboración con el “Óbolo de San Pedro” ocupando Colombia puesto destacado en el concierto de países que con más generosidad contribuyó para subsidiar catástrofes mundiales. Publicó 23 libros, algunos volúmenes recopilaron sus enseñanzas como catedrático de la Universidad Javeriana y otros centros docentes, promovió memorables obras en beneficio del catolicismo. Dirigió las parroquias más importantes de Bogotá, dejando huella por sus magníficas realizaciones. Con estilo estremecido escribió la vida de quienes han conducido la Iglesia en Colombia. Como pensador alcanzó alturas admirables.
Este noble combatiente, en los retos y desafíos era el primero en los sitios de responsabilidad. Nunca se economizó, ni se hizo a un lado ante los problemas complejos. Donde había una dificultad, veía una oportunidad de salir adelante. Supo tener éxito con humildad y aceptar los contratiempos de la vida con grandeza.
Todos los católicos sabemos que Dios es igualmente soberano cuando nos da un amigo así, sin merecerlo, que cuando lo llama a su seno, sin dejarnos al que ha de reemplazarlo. Nuestro patrimonio afectivo se ha mermado en forma poderosa e irremediable.
Da tristeza la muerte de grandes conductores. La inteligencia inactiva, cuando antes iluminaba, dirigía y ejecutaba; la garganta la paralizada, acostumbrada a estimular, orientar y señalar metas, los brazos yertos con los que señalaba metas y caminos a sus seguidores. Ortega y Gasset divide los valores entre los magnánimos y rutinarios. Los primeros, como Monseñor Agudelo viven creando, trabajando, proyectándose y aportando a sus semejantes. Este religioso no tuvo que recorrer mucho camino para instalarse, desde joven como un líder excepcional. Todas las situaciones las analizaba, las dominaba y sacaba provecho para sus altos empeños.
Cada que se hablaba con Monseñor Agudelo le comunicaba a uno sus nuevas empresas. Tenía carisma y como un imán atraía a los amigos y a los que trataba para que se sumaran a sus inquietudes. Nunca supo la mano derecha lo que daba la mano izquierda. Prefería dar el impulso a recibirlo.
Con su fallecimiento, la Iglesia Católica pierde a una sólida figura, y las letras a un humanista de enorme protagonismo. Ante lo irremediable solo nos queda someternos a los designios de la Divina Providencia. El mejor homenaje que le podemos hacer es continuar sus obras trascendentales.