Horacio Gómez Aristizábal | El Nuevo Siglo
Sábado, 28 de Febrero de 2015

Derechos de las mujeres

 

Todavía en zonas marginadas, tugurios y sobre todo en el sector informal, se piensa que la mujer solo sirve para tener hijos, trabajar como una esclava y ser instrumento para saciar bajas pasiones. Cocinar, cuidar hijos de otros y convertirse en trabajadora sexual es el destino de una inmensa cantidad de mujeres.

Gracias a las activistas y a los líderes defensores de los derechos de la mujer, hoy las leyes, los tratados, los convenios y las autoridades protegen al sexo débil. Son inmensos los logros. Pero aún faltan más avances para que los dos sexos sean tratados con iguales garantías.

La prensa misma denuncia constantemente la desprotección de la población indígena y el abandono en que se encuentran las familias paupérrimas del Choco, La Guajira y en multitud de municipios empobrecidos. Los más vulnerables son los niños. Mueren sin asistencia médica, desnutridos y sin protección de sus progenitores, tan miserables como sus descendientes.

Los campesinos y sus hijas, cuando llegan a las capitales, por el desempleo imperante, por la impreparación y la congestión metropolitana tienen que dedicarse a pedir limosna, prostituirse o vender dulces en las esquinas.

En la educación rural, la mujer lleva la peor parte. Cuando ingresa a un plantel precario, la desnutrición, las enfermedades, las distancias entre el hogar y la escuela la obligan a desertar. La deserción femenina es alarmante.

En las provincias subdesarrolladas la falta de servicios es casi total. Brillan por su ausencia los puestos de salud. La inseguridad por la no presencia de la Policía y del Ejército hace aún más amarga la situación.

Se asegura que las mujeres del campo reciben los más bajos ingresos, cuentan con las tasas de analfabetismo más elevadas, enfrentan la reproducción biológica en condiciones adversas, son excluidas o se auto-marginan de las actividades políticas, culturales y recreativas; y enfrentan enormes barreras y dificultades para acceder a factores productivos como el crédito, la tierra y la capacitación.

Urge adecuar los instrumentos actuales de política agropecuaria a la realidad y posibles desarrollos, revisar la legislación existente sobre adjudicaciones y titulación de tierras para facilitar el acceso de las mujeres a la posesión de éstas y proponer a las autoridades que amplíen el crédito rural femenino y deroguen la existencia de la firma del esposo o compañero. Por el machismo dominante aún se piensa que solo el varón está en capacidad de cumplir compromisos. La experiencia demuestra que la mujer cabeza de familia ha madurado y es más responsable que el compañero. Muchos hombres son valientes para engendrar, pero cobardes para asumir los deberes. La mujer campesina no tiene seguros sociales, no es ayudada por el sector financiero y sus mismos compañeros las abandonan a su suerte. Es tanta inequidad la que a veces conduce al caos y al desorden. El hambre es fuente de terror.