HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Domingo, 5 de Octubre de 2014

Luto en la medicina colombiana

 

El  médico endocrinólogo, Efraim Otero Ruiz, exministro de salud, expresidente de la Academia Colombiana de Medicina, expresidente del Tribunal de Ética, catedrático en universidades colombianas y norteamericanas, autor de quince libros sustantivos, fue una figura cimera de Colombia.

Se trata de uno de esos hombres que nació para vivir la vida hasta la empuñadura. Después de un viaje al extranjero, al regresar al país me enteré de la fatal noticia. A pesar de su edad, cerca de 80 años, gozaba de extraordinaria salud física y deslumbrante lucidez mental. De su inteligencia salían libros densos, conferencias científicas, ensayos históricos, biografías -fue autor del mejor estudio sobre el profesor Uribe White- y al morir terminaba investigaciones sobre otras obras humanísticas.

El científico Efraim Otero Ruiz fue una persona dedicada en forma absoluta a la creación espiritual. Siente como una necesidad apremiante la obligación de iluminar, aportar, contribuir y ayudar a sus semejantes. No fue un diletante sino un científico a carta cabal. Recibió reconocimientos de academias y universidades norteamericanas y europeas. En la revista de la Academia Hispanoamericana que presido, siempre publicó trabajos medulares. El último hacía alusión al poder devastador de las “minas quiebrapatas”. Este ensayo fue premiado por las Naciones Unidas.

Algunos cuentos de Efraim Otero Ruiz, reproducidos en la página literaria de El Tiempo, fueron galardonados. Tenía impresionante habilidad para el relato breve. Decía que el cuento era a la literatura, lo que el soneto a la poesía. Y que había que elaborarlo con rapidez, con gran contenido conceptual y con un final veloz. El humanista como el médico Efraim Otero Ruiz, no puede jamás dedicarse al ensimismamiento o a la vida contemplativa. ¡Ay! de la sociedad a la cual el escritor no le dedica el fuego de su inteligencia y ¡ay! del intelectual que se esteriliza en la reflexión improductiva de su estudio.

Es preciso vivir y confundirse con los otros en la batalla campal por un mundo mejor. Todas las naciones viven agobiadas por mil problemas. De ahí la urgencia del humanista de cooperar con sus estudios, con sus obras, con sus investigaciones y con sus ideas al progreso de las comunidades. Unos nacen para concebir, otros para ejecutar. Unos para pensar y otros para realizar. El escritor mira lejos como las águilas. Y no puede reclamar por el desdén con que a veces es observado por los poderosos. Para el intelectual es mejor dar que recibir, ser injustamente incomprendido, que falsamente alabado.

Efraim Otero cuando fue llamado a prestar servicios profesionales, lo hizo con altiva dignidad y con gran independencia. Dejo huella profunda por su capacidad y por el fervor excepcional con que cumplía sus empeños. Citemos algunos de sus libros: Siete años de cáncer en Colombia, Historia del Instituto de Cancerología, La educación en Colombia, La ciencia y la tecnología en la época de Bolívar.

Los científicos y los humanistas no mueren espiritualmente. Siguen vivos en sus libros, en sus estudios, en sus investigaciones. El Dr. Otero Ruiz dejó hijos destacados en la medicina y en la ciencia. Con mística siguen el ejemplo estimulante de su progenitor.