HORACIO GÓMEZ ARISTIZÁBAL | El Nuevo Siglo
Domingo, 15 de Junio de 2014

Cristianismo y riqueza  

 

Decir  que el cristianismo está contra el capitalismo o contra la riqueza es una mentira tan grande como el Himalaya. Una de las principales banderas de Cristo fue la defensa de la justicia social. La riqueza en sí misma jamás es mala o negativa. ¿Es malo que Bill Gates, el hombre más rico del mundo, haya acumulado poder económico, gracias a sus descubrimientos geniales? ¿Acaso no se ha convertido en uno de los grandes benefactores del orbe, organizando fundaciones con el 75% de su capital para ayudar a los humildes, a los marginados y a los excluidos del planeta?

La pobreza y, sobre todo la miseria, sí son disolventes. Esto significa bajísimos índices de desarrollo industrial, hacinamiento en tugurios, carencia de servicios esenciales, precaria productividad económica, tecnologías obsoletas, explosivo crecimiento demográfico, comercio informal, desempleo alarmante, analfabetismo, desnutrición, insalubridad, salarios de hambre.

Cristo combatió la riqueza egoísta, la explotación inhumana de los semejantes, el derroche desafiante de los opulentos, la insolidaridad y el desprecio de los humildes. Toda persona tiene derecho a medios de producción para vivir, a techo para guarecerse y a tierra para trabajar. No se trata de reducir la propiedad al uso restringido de los bienes. Se trata de que la propiedad cumpla su finalidad social en función del bien común. Hay que pasar de la esclavitud a la libertad y la dignidad. “Hasta para practicar la caridad, dice San Agustín, se requiere de un mínimo vital para sobrevivir”.

Hay que pasar del aplastamiento del hombre, a un ejercicio de los valores morales y materiales que enaltecen. “No solo de pan vive el hombre, pero también vive de pan”.

El inconformismo constructivo es saludable. La equidad salvaguarda el decoro humano.

¿Qué es el bien común?  Juan XXIII se expresa de la siguiente manera: “En toda humana convivencia bien organizada y fecunda hay que colocar como fundamento el principio de que todo ser humano es persona, es decir, una naturaleza dotada de inteligencia y voluntad libres, y que, por lo tanto, de esa misma naturaleza  directamente nacen al mismo tiempo derechos y deberes que, al ser universales, son también absolutamente inalienables”.

Abundan segmentos minoritarios que acaparan el poder económico. Se repite que el 3% de los habitantes -en el mundo y en Colombia- se benefician con el 50% de la riqueza general. Se lanzan gritos contra esta situación, pero en la base todo sigue igual. Está bien que los más aptos produzcan dinero. Pero el Estado, líder del bien común, debe intervenir con poderoso sentido social y así lograr una mejor redistribución de los ingresos, los que se deben vincular a la salud, la educación, la vivienda y el bienestar general.

No olvidemos que todas las revoluciones del mundo se han hecho por falta de justicia. “Los que se oponen al cambio pacífico aceleran el cambio violento”.