Desafíos para el 7 de agosto
El hombre raso colombiano ha venido sufriendo un proceso de decepción creciente, en todos los órdenes: el hambre, la vida cada día más cara -estamos entre los países caros del mundo-, la opresión asfixiante de la corrupción, el desgreño administrativo, la politiquería -la Costa solo vota para parlamentarios por los ríos de dinero-, el estancamiento en materia de infraestructura. ¿Y quédecir del clientelismo y de la falta de transparencia en las altas cortes? En el último año hubo centenares de fallos por tutelas promovidas para atender enfermos graves.
Lo expresado es apenas parte de los retos que debe afrontar el Presidente de la República. La mayoría de los sectores económicos exige soluciones inmediatas. Amenazan con paros, huelgas y manifestaciones hostiles. Los mandatarios, -en todas las épocas-, prefieren apagar incendios a dar soluciones profundas y perdurables. Acostumbramos a los rebeldes a callarlos con cheques y promesas fantásticas que, al no convertirlas en realidades, renacen los gritos de descontento.
La inseguridad urbana se explica en gran parte por el hondo malestar social. La miseria absoluta y la pobreza mayoritaria son caldo de cultivo para la insurgencia y las vías de hecho. Una persona desempleada, con hambre, humillada y arrinconada, jamás puede pensar con el mismo criterio de los bien financiados y bien estabilizados. El estómago vacío es una bomba de tiempo, que más temprano que tarde estallará.
Resulta frágil y explosiva la mezcla de una desafiante minoría acaparadora de la riqueza y millones de seres en la intemperie, olvidados, desprotegidos y excluidos. Siempre se anuncia el aumento del pie de fuerza. Pero esto es un paliativo. La fiebre no estáen las sábanas. Hay que ir a la causa real del inconformismo. Sin soluciones trascendentales, casi que estamos apagando los incendios con gasolina. La represión, la violencia, la Fuerza Pública a la larga son insuficientes.
Los de arriba piensan frívolamente de la siguiente manera: los humildes toleran su pobreza y podemos seguir aconsejándolos para que acepten su condición paupérrima como algo irremediable. Los humildes son sumisos y respetuosos y éllos no se alzarán contra los poderes establecidos. Los humildes se consuelan los unos con los otros y se sienten satisfechos con las migajas que les arrojan los opulentos. Los humildes son limpios de corazón y no odian las jerarquías económicas…La historia cuenta que los virreyes, en la época de la Colonia, siempre hablaban de “bochinches callejeros”, cuando surgían brotes de protesta popular…Pero llegóel momento en que la rebelión fue incontenible.
Necesitamos cambios equilibrados. Una mejor distribución de los ingresos. Y no luchar obcecadamente contra los ricos. Más bien con impuestos jugosos y proporcionados organizar la salud, la vivienda, la educación, la justicia, la recreación, las vías y la seguridad social.
Ayudando razonablemente a la base de la población tendremos una comunidad más sólida, más estable, y más decidida a la productividad, al progreso y a la convivencia civilizada.
El mismo DANE habla de las carencias en el sector rural en cuanto a agua potable, asistencia médica, ingreso per cápita, vías, educación y muchas cosas más. Sin justicia, no hay progreso. La desigualdad es la prueba reina del subdesarrollo. Los mejores economistas han encendido las luces de alarma.