El carácter sagrado de la vida
Parecería que la vida no tiene un carácter sagrado, porque el principio de la autonomía, citado por Dworkin, permite que si una persona ha expresado claramente su deseo de morir puede hacerlo, la vida puede ser violada, luego la vida no tiene un carácter sagrado. Sin embargo, el mismo Ronald Dworkin dice en “El Dominio de la Vida. Una discusión acerca del aborto, la eutanasia y la libertad individual”, que “la elección de una muerte prematura es el insulto más grande posible al valor sagrado de la vida” (p. 280) y agregaba que algo es sagrado o inviolable “cuando su destrucción deliberada deshonraría lo que debe ser honrado" (p. 101).
De esta forma está reconocido en nuestra Constitución Política, por lo menos formalmente, el carácter que tiene la vida, pues, en el artículo 11 se consagra: “El derecho a la vida es inviolable”, de ahí que la vida, según lo expuesto anteriormente, tenga un carácter sagrado, independientemente de la religión que se profese y de las consideraciones personales que pueda tener cada persona sobre el particular, pues como se ha dicho en reiteradas ocasiones el carácter sagrado de la vida esta dado no subjetivamente sino que, por el contrario, por el valor intrínseco que la misma tiene, esto es, por un carácter objetivo que emana de la naturaleza misma.
Así las cosas, la vida es intrínsecamente sagrada y así está reconocida en nuestra Carta Política, razón por la que no se ve motivo alguno para que pueda ser amenazada, lesionada o violada por razones de índole meramente subjetivas sino que debe ser respetada de un modo puramente objetivo de acuerdo con las necesidades u exigencias de la naturaleza propia del hombre, la racional.
El principio de la autonomía no es absoluto, pues se estaría desconociendo el orden social justo, que está dado por la naturaleza humana, estructura óntica u ontológica del hombre.
Al hablar del principio de la autonomía, nos referimos obviamente a la libre determinación del hombre en sus actuaciones pero teniendo siempre presentes los límites que la misma Carta señala: el respeto a la dignidad humana la igualdad, la solidaridad, límites que a su vez son fundamento y fines esenciales de la misma y por consiguiente de nuestro Estado social de derecho.
De lo anterior resulta claro que no es viable hablar de libre disposición de la vida, en virtud del principio de la autonomía pues el carácter sagrado de la vida implica supremacía sobre los demás principios, al igual que respeto sagrado de la vida o lo que es lo mismo su inviolabilidad.