GUILLERMO LEÓN ESCOBAR | El Nuevo Siglo
Martes, 21 de Enero de 2014

El final de la vida privada

 

Un aviso dentro de un ascensor  dice “sonría que lo estamos grabando “. Todo el hotel está igualmente lleno de cámaras y si se sale a la calle y se observa cuidadosamente no hay prácticamente lugar  alguno donde no se esté filmando permanentemente nuestro discurrir por la ciudad. Es el precio de la seguridad, se dice, pero es un precio exagerado sobretodo cuando está demostrado que  ese material sólo viene usado cuando los sucesos ya han ocurrido, cuando el robo ya se ha producido y la víctima ha fallecido y  nada es evitable. Muy pocos son los casos para lo que sirve esa curiosidad a no ser que esté implicado algún funcionario importante de país grande y mejor si es del servicio secreto.

El espionaje es tarea vieja, ha existido siempre y va a continuar existiendo. Existirá en las familias, en la escuela, en la universidad, en las empresas, en el congreso; se espiará a los funcionarios, a los ministros y al mismo presidente (habría que preguntarle al de un famoso país europeo). Si se quiere se sabe todo lo que hacemos y no es raro porque lo que ellos no averiguan cada quien lo coloca  voluntariamente en “Facebook” o lo proclama a toda la opinión a través de programas como el del “Gran Hermano” o en aquellos reportajes absolutamente crudos en donde se llega a precisiones realmente macabras a nombre de la libertad de información.

No hay vida privada . Ni las habitaciones y los servicios están al alcance del celular y la “privacidad” reina lo que la armonía entre las parejas ocasionales  o aquellas “transitoriamente permanentes”.

No hay salida: el “Gran Hermano” nos ganó y vivimos la “infelicidad” de “Nuestro Mundo Feliz”.

Por eso no se puede escuchar sin sonreír a los grandes jefes de estado o de gobierno prometiendo afectuosamente a su homólogo: “A ti no te espiaré de nuevo” y se pronuncia  inmediatamente la reciprocidad. Se entiende que a los demás ciudadanos se les continuará averiguando, filmando, esculcando en lo que se ha dado en llamar  “el conflicto preventivo”. Y lo cómico, además, es que el país A es acusado de espiar a B a sabiendas que B también espía a A y que todos son espiados y  -a su vez- espían a todos.

Solemnemente se da la noticia de tan buen propósito (de presidente a presidente) y ambos saben que lo que se ha hecho es refinar y tomar más precauciones para no ser de nuevo sorprendidos. Igualito que en la vida privada.

Nada se puede hacer porque el argumento es aquel de la seguridad y de la lucha contra el terrorismo. Esos motivos son loables, pero nadie es tan ingenuo para creerlo.

Detrás de eso hay información privilegiada, bien sea  industrial o financiera. Cierto, de seguridad también entre países democráticos.

¿Derecho a la intimidad? ¡Olvídese!. Su única certeza es aquella de pensar, de meditar, de llevar una profunda vida interior.

guilloescobar@yahoo.com