El espía que regresó del frío
John le Carré es sin lugar a dudas el más decantado autor de las novelas de espionaje de Occidente. Hoy se discute y se comenta del tema del espionaje acusando a unos, aportando pruebas contra otros y desesperadamente los unos hablando de la prioridad de la seguridad sobre la libertad personal y otros clamando por la defensa de la intimidad en los últimos reductos que aún quedan.
El espionaje ha sido combatido y promovido siempre. Premiado con enormes dádivas y castigado aún con la pena de muerte. Los años cincuenta y los sesenta acogieron las series llamadas de los “aplastaespías” y la guerra fría se reconocía por los intercambios de espías en los puentes, escenas por demás plagadas de interés y de suspenso.
Hombres y mujeres ejercían el oficio. Es famosa Mata Hari para los románticos. Para ejercer el oficio el perfil múltiple era esencial. El fundador de la CIA afirmaba que debían ser personas capaces del bien y del mal ejecutados maestramente. Con la liberación de documentos aparecen religiosos de altísimo nivel que detrás de la cortina de hierro oficiaban espionaje en contra de sus propias autoridades eclesiásticas o en favor de los gobiernos que desde fuera las protegían.
Lo que más distingue a los críticos del espionaje hoy es la doble moral dentro del monótono ejercicio del oficio que a través de la tecnología ha triunfado.
Hablando en plata blanca mi mamá fue el primer espía que conocí hasta el día en que en el colegio nos fue entregada la idea de que uno tenía derecho a un área de privacidad. Ella aceptó pero el sentido común nos enseñó que había que ser prudente porque de las conversaciones de varones y mujeres se suponía una tarea continua de espionaje a grande escala. Creo que lo mismo acontece en la vida de pareja y en las relaciones cotidianas con nuestros enemigos y competidores.
Todos hablan del respeto a la privacidad pero al tiempo de la necesidad de seguridad. Y todos nos rendimos a la “curiosidad”, que es apasionante e inevitable. Los teléfonos están intervenidos, están trabajando cada vez más los detectives privados; las calles están llenas de cámaras que disciplinan al ciudadano al que se le convence de que nada debe temer quien no tiene nada para ocultar. Parece que en la vida pública todavía los servicios sanitarios se resisten al espionaje convertido en seguridad. Hay jefes de gobierno que han ordenado -o insinuado para ser obedecidos- “chuzar” o intervenir los teléfonos, computadores, mail y todo lo de enemigos políticos o de sus amigos “tibios” y estos también lo han hecho con aquellos. EE.UU. espía a Rusia, a Alemania, a Francia, a España a China y todos ellos se espían entre sí. Se producen grandes declaraciones y se aportan pruebas que solo pueden provenir de quien maneja con experticia el sistema. No ser espiado es no estar en la clasificación de personas o naciones importantes. Gracias al cielo un par de aviones rusos nos levantaron el estatus.