UN DESAFÍO
Los enemigos de la democracia
No podemos cerrar los ojos como el avestruz y considerar que tan solo la pobreza, el narcotráfico y las desigualdades, son los enemigos mortales de la democracia. Lo es también “la corrupción” y el antídoto para ello es la transparencia. Esto lo entendió, en su momento, Mijail Gortbachov cuando informado y consciente de los cambios que se avecinaban en un mundo que reclamaba mayores libertades y exigía el final del totalitarismo, quiso entrar de lleno con los cambios estructurales que había diseñado en la Perestroika y dándose cuenta de que no avanzaba, que nada se movía, descubrió que la corrupción era el virus que detenía su intento de cambio de la -hasta ese momento- segunda potencia mundial.
La reflexión fue dolorosa y profunda y él mismo sería víctima de ella puesto que tendría que descender del poder y pagar el precio de haber descubierto la fórmula salvadora. Fue cuando apareció la Glasnost (la Transparencia) y le tuvo que dar prioridad para que, limpiando el camino, permitiera que en la Rusia totalitaria comenzara a darse el nacimiento de la democracia y fue esa Glasnost la que hizo posible la liberación de los pueblos, el fín de la guerra fría, la caída del muro de Berlín, el inicio de la globalización y todavía hoy, asistimos a los capítulos intermedios de esa transparencia, que en su camino, va dejando atrás gobiernos, va sustituyendo pequeñas tiranías, que señalan promisorias realidades de nuevos rebrotes de democracia.
Nuestras naciones están ante un desafío similar al de ellos, en lo que hace referencia a la erradicación de la corrupción y no podemos dejar que el futuro nos sorprenda sin cumplir adecuadamente nuestra tarea; es difícil, todos lo sabemos, abrirle caminos a la transparencia, más aún, si adoptamos la idea de que “transparencia y rendición de cuentas” no se deben tomar tan solo en el sentido económico sino en el más amplio del término y es a ello a lo que deben dedicarse los organismos electorales y los que deben dar el finiquito moral al evento electoral.
Hoy la política pasa por una crisis de credibilidad; no es preciso decirlo, todos lo reconocen; el político es desafiado porque la gente no cree en él, tampoco cree en el partido que lo alberga; se le toma como superficial, mentiroso y carente de honradez.
Mientras eso no se corrija, mientras no se haga cierto el sueño de lo que Vaclav Havel proponía cuando pensaba en un mundo mejor. Llegará el día cuando la gente diga “allí viene un político” y todos puedan decir que en su compañía viene siempre la verdad.
La credibilidad marca la supervivencia de la política; marca el futuro de la democracia. Esto es cierto, ésta es la definición que debemos empezar a reconciliar con la de la transparencia ya que en una sociedad que tiende al humanismo, no puede ser en unas cosas demócrata y en otras no.
Colombia llega a una enorme encrucijada y es preciso ser conscientes de que es la hora de cambiar, que es la última oportunidad que ya debía haber sido aprovechada y que no habrá otra hacia adelante. Comienza a ser demasiado tarde.