De candidatos estamos
Vuelven nuestros medios de comunicación a ocuparse de nuevo en candidatos movidos por una de las actividades más queridas de las organizaciones electorales que bajo el nombre ficticio de partidos aspiran gobernar o continuar gobernando. La paciencia y la indiferencia de la gente acompañan este ejercicio siempre nuevo y siempre viejo pues desde antiguo en casi todas las culturas había alguna manifestación a través del voto de la opinión o de la voluntad de algunos grupos. Formalmente la democracia llega con la existencia del voto universal, afirmación bella pero que nos deja atónitos por la mala información que se entrega a la mayoría de los votantes y la escasa cultura política de la que padecen la mayoría de los dirigentes.
Los griegos practicaban el “ostracismo” que expulsaba de la ciudad a ciudadanos que habían perdido la estima de la comunidad o que ya “hartaban” a la opinión e impedían el surgimiento de nuevos liderazgos o la enceguecían con la repetición sin éxito de las mismas cantinelas y retóricas. No había juicio sino tan solo la votación y a los diez días tenía que irse por diez años.
Qué bueno que esa costumbre estuviera vigente dicen los entendidos. Y lo bueno es que se podía aplicar a los malos, a los fatigantes y también a esos excesivamente buenos que saben de todo, hablan de todo y se creen fabricantes y poseedores de la verdad propia que tratan de imponer a todos.
Los romanos trataron igualmente de hacer algo para garantizarse el que los “elegibles” no resultasen después un fiasco. Otorgaban la Túnica Cándida (blanca) a quienes luego de un examen no serían reputados como corruptos. (Qué bueno sería ese ensayo pero nos toparíamos con el frágil juicio de quien debiera otorgarla).
En otras épocas obligaban al pre-candidato a cumplir con una parte de lo prometido sobre todo en las pequeñas obras de beneficio para la comunidad.
En fin, el gran pensador Félix Varela se interrogaba si se podría creer en esa “ridícula ficción de quienes juran por un Dios en el que no creen o por una Constitución que están presurosos de violar”.
Y cómo no recordar a Don José Saramago que al escribir de la política entregó el magistral libro Ceguera y el no menos profundo del Elogio de la Lucidez. Precisamente en este comenta cómo la gente fatigada ya con sus “políticos” conocidos o sus dependientes por negocios o familias decide “votar en blanco” y lo hace porque la mayoría de quienes ejercen la política han dejado de ocuparse en realizar el “Bien Común” y no tienen conexión real con la gente que sabe que toda promesa será incumplida. Basta no más leer y escuchar de qué están hablando los candidatos.
“La gran tragedia de la democracia -afirmaba Maritain- es la de no haber realizado la democracia”. ¿Dónde están las ideas? ¿Dónde la política?