GUILLERMO FRANCO CAMACHO | El Nuevo Siglo
Sábado, 13 de Diciembre de 2014

SAGITARIO

Releer

Complace  volver a lecturas lejanas de grata impresión, cual ocurre con Ciudades Perdidas y Civilizaciones Desaparecidas. Las exploraciones atrevidas de la arqueología moderna. Los secretos de seis tierras antiguas con todo su esplendor y fascinación (Editorial Diana, México, 1964) de Robert Silverberg; los casos se refieren a Pompeya, Troya, Creta, Babilonia, Chichén Itzá y Angkor y la atención se concentra, al principio, en el segundo, La Ilíada, de Homero, relativa al sitio de Troya, se leyó hace mucho tiempo, la edición correspondiente se extravió y hoy se posee una de la Editorial Panamericana fechada en 1998; pese a no ser el héroe central, la figura preferida es Héctor como modelo de calidad humana. En fin, otra obra para releer.

La arqueología puede influir en las decisiones y cabe una anécdota. Se asistió, en 1965, a un seminario sobre planificación del comercio exterior en Ankara, capital de Turquía (Asia Menor para Homero), efectuado  bajo el auspicio de las Naciones Unidas y en representación del Departamento Nacional de Planeación; el Gobierno turco programó una visita a las ruinas bizantinas y quien escribe convenció a los colegas árabes y latinoamericanos de apoyarlo en una alternativa: conocer los restos heteos. La idea se originó en el conocimiento de El Misterio de los Hititas (Editorial Destino, Barcelona, 1958) de C.W. Ceram; se vislumbró un país desconocido: rural, pobre, colinas encima de lo prehistórico, túneles de esa época. Por supuesto, se conoció Estambul: llamada Bizancio en Grecia antigua y Constantinopla en el Imperio romano de Occidente; los colegas europeos siguieron el plan original. Desde luego, es necesario examinar Colombia. Ancient Peoples and Places (Thames and Hudson, London, 1965) de G. Reichel-Dolmatoff y regresar a Exploraciones Arqueológicas en San Agustín (Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá, 1966) de Luis Duque Gómez.

Se completa la introducción. Heinrich Schliemann (1822-1890) fue un antropólogo aficionado nacido en Austria, nacionalizado en Estados Unidos y no representativo de la disciplina científica y estricta de hoy; su ilusión, desde niño, fue descubrir Troya y una vez enriquecido, a través de los negocios, se dedicó a su ideal. Desperdició material en sus excavaciones, cometió errores en el anuncio de sus hallazgos y parece que encontró la urbe de sus sueños sin darse plena cuenta e ingresó a la inmortalidad. Un desacuerdo comercial le impidió explorar Creta como pionero.