La ideología de Beauvoir es bien conocida: era una marxista convencida. Su libro “La larga marcha”, por ejemplo, es una defensa de la Revolución Cultural china, campaña de masas liderada por el genocida Mao Tse Tung, cuyo fin fue evitar que China abandonara el comunismo ortodoxo y que consistió en asesinatos masivos, torturas de todo tipo, campos de concentración, destrucción cultural, hambrunas y persecuciones (Márquez y Laje, El libro negro de la nueva izquierda. Ideología de género o subversión cultural, p.77).
El feminismo neomarxista o de la tercera ola es la voz radical de la ideología feminista. Hereda líneas marxistas y leninistas del feminismo de la segunda ola y las armoniza con un manoseo selectivo del psicoanálisis y el existencialismo, para dar paso a un nuevo radicalismo ideológico de sonsonete culturalista que, en últimas, examina las causas radicales de la opresión.
Su representante más notable es Simone De Beauvoir, esposa del existencialista ateo, Jean Paul Sartre. De las obras que escribió De Beauvoir, El segundo sexo será su texto más recordado y una de las insignias teóricas del feminismo neomarxista; libro, por cierto, de perspicuas filiaciones comunistas: “Es en la URSS donde el movimiento feminista adquiere la máxima amplitud” (Ob. Cit., p. 123). De Beauvoir acuña el pensamiento que inspirará el fundamento teórico primordial de la ideología en cuestión y, también, de la futura Teoría queer: “…no se nace mujer, llega una a serlo” (De Beauvoir, Ob. Cit.).
Y aquí vale la pena detenerse en tal sentencia, aún brevísimamente. De Beauvoir arroja un dardo a la base racional del cristianismo, conservadurismo y derecho natural: el realismo metafísico o, si se prefiere, aristotélico-tomista. Mientas la metafísica realista afirma la existencia de una naturaleza humana (biología), que señala a los seres su operatividad esencial, (piénsese, por ejemplo, el modo en que la flor se inclina naturalmente hacia la luz y en un largo listado de operaciones esenciales que tienen los seres, conforme a su naturaleza), De Beauvoir niega la existencia de tales realidades naturales (biológicas), para reemplazarlas por constructos culturales. Esta postura, aunque con diferentes enfoques y profundidades, también fue desarrollada por su esposo, Sartre. En el texto El existencialismo es un humanismo, Sartre ataca la idea de una esencia o naturaleza humana creada, que le señala al hombre sus fines: “si en realidad la existencia precede a la esencia, jamás será posible explicarlo haciendo referencia a una naturaleza humana dada e inmodificable” (Ob. Cit).
Por supuesto que tal pretensión culturalista ha sido suficientemente rebatida por la filosofía seria y las ciencias duras. Sin embargo, no es este el espacio para exponer tal debate. Por lo pronto, me contento con resumir el núcleo de la propuesta feminista de la tercera ola. Ese núcleo es el culturalismo antropológico, vale decir, el insistir en que todas las realidades se definen, no por las características intrínsecas de los seres (de la realidad misma), sino por las costumbres, hábitos y normas que se acuerden o impongan. El feminismo neormarxista ejemplifica la imposición cultural.
*Jurista y filósofo