Suelo conversar con Rafael Durán Mantilla, amigo y colega en la docencia. Recientemente, le comenté lo difícil que sería abreviar en una glosa de prensa las razones que explican la tiranía del marxismo cultural en la configuración del mundo actual y lo ineficaz que sería recomendar la lectura de Quid Apostolici muneris, de Leon XIII, y de Mirari Vos, de Gregorio XVI, aunque estudiarlas sería lo ideal para comprender parte del meollo. Pero bueno, le pregunté a Rafael por una síntesis fácil del asunto. Transcribo su respuesta, ad pedem litterae:
“Hay unos hechos revolucionarios como el fraude electoral para favorecer a ciertos candidatos, el terrorismo, las protestas vandálicas y la quema de iglesias que se multiplican por el mundo. Hay, además, un dominio casi total de los medios masivos de comunicación, con los cuales han atrapado las mentes de una mayoría suficiente de hombres. Hay, también, unas ideologías que, desde Lutero, han logrado un indudable éxito.
Pero antes hay un fuerte deterioro moral que empezó desde el siglo XIV y que fue socavando las naciones con mayor o menor intensidad: la llamada por Plinio Correa de Oliveira Revolución en las tendencias. España fue la nación que se mantuvo eminentemente cristiana. Sin embargo, sería cuestión de tiempo para que viniera la ruina de Francia, con la revolución, y la de Rusia, con la revolución. Los ingleses y norteamericanos se hicieron dueños del mundo. Fueron pudriendo las costumbres, especialmente con el cine de Hollywood. Se presentaron como los paladines de la libertad, del progreso económico y de la seguridad mundial. Todos se deslumbraron con ese espejismo y los mayores, sin dejar de ser católicos, sintieron complejo de serlo. Quiero decir que en religión se mantuvieron católicos, pero en política y en filosofía fueron transbordados hacia el liberalismo.
La sociedad entera fue pervirtiéndose moralmente, de manera gradual. Con todo, quedaba un obstáculo: la Iglesia. Entonces vino el Concilio Vaticano II y, sin cambiar oficialmente la doctrina, propició cierto relajamiento de los estudios, la liturgia y el dogma. En cuatro generaciones, el mundo se descristianizó y, descristianizado, ¿qué otra cosa podría pasar sino lo que estamos presenciando? No es un tema de ideas, solamente. Es un trabajo demoledor en las tendencias que todos experimentamos: orgullo y sensualidad. Tendencias que ya no tienen límites, desde que se renunció a la educación católica.
Cristo nos dice: el que quiera venir a mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día, y me siga. Los hombres se tomaron esas palabras enserio y de ahí surgió la Edad Media y su prolongación en el tiempo, que fue la América Española. Pero una vez dejamos de asumir tal invitación, aunque algunos mantengamos la teoría católica, no la vivificamos con la práctica.
Deslumbrados por el American Way of Life, europeos e hispanoamericanos nos quisimos volver gringos. Y eso nos pudrió. Ahora nos importa más lo que pasa en EE.UU. que lo que pasa en España. Todo esto ha sembrado el desastre en nuestras vidas personales”.
*Jurista y filósofo