Helvetius, Holbach, Sade, Bentham, Marx, Freud, Sartre, la pléyade de arcángeles sombríos, el canon clásico de mis imposibilidades absolutas (Gómez Dávila, Escolios I).
En esta glosa termino la exposición del texto La imbecilidad es cosa seria. Comento, entonces, dos capítulos finales: “Imbecilidad de élite” e “Imbecilidad como factor político”.
“Imbecilidad de élite” narra la imbecilidad que han sufrido pensadores y artistas. La lista es muy larga: Pirrón y su inacción para socorrer a un discípulo que se hundía en arenas movedizas, Van Gogh y la automutilación de su oreja, los arrebatos de locura de Nietzsche y Wittgenstein, entre otros ejemplos. Puntualmente, dos cosas me llamaron la atención de esta parte del libro: la atinada remembranza que Ferraris hace de Joseph de Maistre (siempre es acertado recordar a Joseph de Maistre), y de sus críticas para con la imbecilidad de John Locke y Francis Bacon; la revisión minuciosa sobre la imbecilidad de Heidegger. Sobre este último, escribe Ferraris: “Tomad a Heidegger. Pocos pensadores se han dedicado a edificar una imagen más demiúrgica y cuasimetalúrgica de su actividad espiritual: tormentos, éxtasis, rayos especulativos (…), cuadernos negros con anotaciones de iluminaciones y ofuscaciones, cajitas de zinc para preservarlos de los bombardeos estadounidenses y de la barbarie bolchevique, así como ocurrencias de opereta” (p.43). Imbecilidad de élite muestra, al parecer, que nadie se salva de ser visitado por la imbecilidad: “. . . no hay grandeza humana que no se vea atormentada por la imbecilidad” (p.16). Y de aquí se deduce, lo explicita Ferraris, la imbecilidad que acorrala, también, a los centros educativos.
A veces siento nostalgia (lo confieso), cuando leo y releo acerca de las ideas universitarias premodernas y sus saberes jerarquizados, ordenados, lógicos, argumentados y contemplativos, nimbados por una visión alta y escogida del mundo y del hombre. Recordar tal acierto formativo y compararlo con las universidades contemporáneas y sus preceptos de teofobia y de marxismo cultural, es cotejar la degradación educativa. Sucede que el amor por buscar la Verdad, la Bondad, la Belleza y la Unidad se reemplazó por cultivar fruslerías de toda índole. Pienso en algunas, a saber: posverdad, feminismo radical, ideología de género, tecnofilismo, anarquismo, estatismo, subjetivismo, ateísmo, etc. Todo ese canon evidencia la imbecilidad que gobierna la academia actual.
“Imbecilidad como factor político” resalta la imbecilidad como la verdadera causa del desastre político: “La postulación de conceptos como los de ideología o falsa conciencia indica que los seres humanos están suficientemente equipados desde el punto de vista cognitivo como para desarrollar una vida políticamente satisfactoria, y que su comportamiento irracional, o contrario a sus intereses, se debe a una pantalla -denominada ideología o falsa conciencia- que los confunde. Con ese argumento se elimina de raíz otra explicación igualmente eficaz, y menos compleja: que los actores de la historia pueden ser imbéciles, y que esa imbecilidad, no es una misteriosa ideología ni una fascinante falsa conciencia…” (Ferraris, p.67). Para concluir, política, academia, masas y élites están heridas de imbecilidad.
* Jurista y filósofo