PUERTO LIBERTAD
Belkis, cuenta conmigo
HACE un tiempo, Humberto Dorado y Matías Maldonado escribieron “El deber de Fenster”. La obra trata sobre los tres años en los que militares, paramilitares y narcotraficantes dejaron en la población de Trujillo, 342 muertos.
Fenster es el editor que tiene la responsabilidad de armar un documental con el material recopilado; el público funge de testigo, y Colombia entera debería haber pasado por el Teatro Nacional, para conocer o recordar ese dolor infinito. No en un acto de masoquismo retrospectivo, sino en un acto de conciencia moral; en un pacto de no repetición.
Familias enteras se borraron del mapa porque no hay peor alud que una guerra. A los terremotos los causan las fallas geológicas, y a las guerras las causan las fallas mentales: llámense desprecio, negocio corrupto, codicia o discriminación.
Algo semejante -en cuanto a la necesidad de conocer, honrar y no repetir los horrores- sentimos cuando vimos en el Teatro Colón la magistral “Labio de liebre” de Fabio Rubiano. Ningún colombiano con el chip del llamado “uso de razón” activo, debería mimetizarse en el marasmo de la indiferencia, al punto de cerrarle los ojos a la realidad. A la realidad real, o a la que inspirada en ella, se lleva a las tablas; o a las cámaras.
Y llego entonces a “La Niña”, el ejemplo más actual de un impecable encuentro entre realidad, libreto y actores, que permite a los televidentes conectarse con un país que lleva 60 años reventándose la memoria y las arterias en los campos minados y en las calles aterrorizadas por la guerra. Y ahora ¡paradójica insolencia humana!, atemorizado por la perspectiva de la paz.
“La Niña”, serie de televisión admirablemente pensada y escrita por Juana Uribe y protagonizada a la perfección por Ana María Estupiñán, conmueve y cuestiona cada fibra de la conciencia. Señala la dureza que puede caber en el corazón de los mal llamados buenos, la relatividad de los juicios de valor, y lo injusta que puede ser la sociedad.
Marca -sin rotular- las barreras creadas por la exclusión y la prepotencia; y también por décadas de miedos y ausencias.
En “La Niña” es palpable la aprensión que sienten casi todos a aceptar el compromiso de reconocerse como semejantes. Parece que la responsabilidad -por uno mismo y por el otro- es algo tan exigente, tan esquivo y desafiante, que fácilmente se atora en la garganta, y sobre todo en las neuronas.
Belkis, la niña que para proteger a su hermano enfermo se entregó a la guerrilla; la que no aprendió a arrullar muñecas sino fusiles, quiere ser médica; quiere rescatar del dolor y la infamia esa vida que vio violentar una y otra vez en carne propia y desde las trincheras; esa vida que casi desde siempre, la ha saludado desde la muerte.
Lo más difícil no fue validar los años sin escuela. Lo más difícil será validar su derecho a estar viva, a abrazar sin miedo, a que el mundo la respete y la ayude a reinventarse la ternura.
Belkis, o el nombre que lleves en el corazón: Si de algo te sirve, cuenta conmigo.