PUERTO LIBERTAD
Saudadey provocación
EN un país donde se vulneran treguas y mujeres, ideologías y patrimonios, niños, montañas y hasta el aire, uno tiene el deber cívico y personal de aferrarse a cuanta cosa positiva suceda. Y hacer lo posible para que en contra de casi todo, se construya confianza; que crezca algo bueno en la índole de cada uno, para que crezcan cosas buenas en la índole de la sociedad. Si germinan esos ataditos de flores amarillas, que uno de vez en cuando descubre en medio de una gran extensión de rocas áridas y desnudas ¿por qué tendríamos que comportarnos como si tuviéramos el corazón estéril y la creatividad en off?
Colombia nos pide no encerrarnos en los bunkers que construye el fatalismo, y estar dispuestos a fungir de médicos intensivistas en la cotidianidad de un país que tantas veces ha estado en condición crítica, y vuelve y sale adelante, y se aferra al aliento, al futuro, crea horizontes, se cae, fracasa, revive; todo, porque unos “álguienes” -llámense idealistas, presidentes, maestros, escritores o campesinos- se niegan a claudicar, y no están dispuestos a endosarles ni su vida ni su país, a conceptos tan inútiles y destructivos, como el odio, la envidia o la derrota.
Si todo esto suena a Mary Poppins y preferimos ser combativos, ¡listo!, pero seámoslo en el terreno que debe ser: no contra el empalidecido concepto de prójimo (próximo) sino contra la corrupción, por ejemplo. Contra la indolencia, contra la deslealtad, contra el pesimismo.
Crecí en un medio que me enseñó simultáneamente a ser guerrera contra la mediocridad, la insidia y el darse por vencido; y hacer cuanto estuviera a mi alcance para construir entendimiento, vínculos, y ejercer un trabajo útil, responsable y pensante. A muchos de nosotros nos insertaron ese chip que nos ha permitido ser parte de un colectivo intelectualmente subversivo, soñador en lo emocional, y solidario en lo fáctico. Un chip que enorgullece (a lo bien) y sobre todo, que compromete; y mucho. No hay tiempo qué perder.
¿Por qué el Puerto de hoy, con estos tintes de saudade y provocación?
Tal vez los honrosos culpables sean dos artículos que leí esta semana, y encontré cristalinos, reconciliadores, necesarios (indispensables quizá). Si no los han leído, búsquenlos; nos devuelven ese ubícate yese pensémonos,bastante perdidos en una sociedad excelizada, saturada de indicadores de productividad, invadida por la competitividad (casi siempre mal entendida), el lucro inconsecuente, la zancadilla que le ponen al humanismo, las campanas de Gauss y los diagnósticos colgados de falsos cronómetros de lo inmedible.
Me refiero a “¿Los últimos humanistas?”, de José Ángel Hernández García (El Tiempo, 5 de abril), y “La irrelevancia del humanismo”, de Julián López de Mesa (El Espectador, 7 de abril).
Un mundo que se deslinda del humanismo es un mundo que se deslinda de sí mismo; se fragmenta y erosiona como preámbulo de la destrucción. Por el contrario, cuando somos capaces de volver los ojos a lo esencial, a lo que trasciende y convoca, a lo que une y conmueve, sentimos que no estamos defraudando la confianza que alguien tuvo cuando nos inventó.