Nos vemos el domingo
En los chats de las redes y de los medios de comunicación dan tristeza, repulsión y vergüenza social, los horrores de ortografía y errores de ánimo, que sobre temas que ni conocen, escriben cientos de lectores anónimos. Si alguien se quita la vida, o si a otro se la arrebatan; si se profana una mujer o una tumba; si se desborda un océano o un escándalo, todo parecería ser ilimitadamente susceptible de burla, ultraje y tergiversación.
La responsabilidad y el respeto por la verdad, por el dolor ajeno, el conocimiento o la consideración, son los grandes ausentes de esos foros de desahogo; foros que uno de vez en cuando debe leer, para ver la crueldad del suelo sobre el que pretendemos sembrar una que otra semilla de reconciliación.
El domingo se llevará a cabo la marcha propuesta por Mockus; apoyada con fervor por muchos, criticada con decencia por otros, y vilipendiada por unos cuantos fanáticos a quienes les quedó grande comprender que “la vida es sagrada”, la marcha se hará. En Bogotá y en otras 40 ciudades de Colombia, y 20 del resto del mundo. Se hará porque él sigue teniendo un enorme poder de convocatoria, y porque el mensaje per se es seductor, y catalizador de redenciones.
Marchas como ésta, sirven para que a la gente no le crezcan telarañas en la conciencia. Se han hecho en Canadá, París, Italia, Guatemala, India, Sudáfrica, Buenos Aires, ciudades y países hastiados de los jinetes de la violencia.
Para quienes han cifrado su ecología emocional en la venganza y la imposición, la defensa de la vida es una debilidad amorfa, un peligro subversivo que es preciso acallar. Eso duele, impresiona y decepciona. Y no me acostumbro; porque la costumbre es el preámbulo de la resignación, y mientras viva, no pienso resignarme, ni endosarle mi país a la violencia.
A veces siento que de tanto vivir y morir así, entre la intimidación y el rencor, nos acostumbramos más a la tormenta que al abrazo; tenemos más trajes negros que blancos, azules o amarillos; y por cada veinte funerales, vamos a una pila bautismal.
Somos desconfiados por naturaleza. Y como si esa mísera estrategia nos hubiera dado resultado, volvimos hábito el resabio entre los seres humanos.
A veces nos parecemos a ese preso que en la celda de castigo, de repente recibe un haz de luz y de aire fresco; entonces, por instinto se tapa los ojos, se acurruca en el rincón más oscuro, y forma con los brazos sobre la cabeza, una triste coraza, para defenderse -paradójicamente- de lo único gratificante que tiene a su alrededor.
En medio de todo, la guerra -como el encierro- es menos exigente que la paz. La guerra es la aceptación de un fracaso. La paz, en cambio, es mucho más compleja: implica desafío, compromiso y generosidad.
Vamos. Nos vemos el domingo. La marcha no va a cambiar el mundo, ni va a acabar el conflicto; pero cada paso que demos, nos recordará que estamos vivos, y eso ya es suficiente motor y milagro, para no claudicar.