Proyecto ciudad, S.O.S
Estos días, los medios de comunicación han hecho aún más visible la calidad de nuestras relaciones con Bogotá, con sus gobernantes y gobernados, con el espacio público, la inseguridad que nos asfixia, y la neurastenia que nos embarga tres veces por cuadra, al naufragar en sus calles.
No hay que ser ni Sócrates ni Superman, para reconocer que Bogotá lleva ya varias alcaldías consecutivas, padeciendo pésimos gobiernos. Culpa de los elegidos, y de quienes los eligieron, porque -valga la verdad- ninguno llegó al Palacio Liévano, por un golpe de Estado. Llegaron por la convicción de algunos votantes, y por la folclórica irresponsabilidad de muchos, al considerar que premiar en las urnas a un candidato “alternativo”, equivalía a darle una cachetada al antipático estamento, y a los aspirantes estrato siete. No hemos aprendido a votar por, sino en contra, y así es muy difícil que un proyecto llamado ciudad, salga adelante.
Por ineptos, flojos o deshonestos, o por todas las anteriores, los últimos tres alcaldes elegidos por voto popular, han sido un desastre gerencial; sus antigestiones han estado llenas de sobornos, populismo y/o improvisaciones, con un costo económico, emocional y cultural, que golpea directamente la calidad de vida de los bogotanos y sus inmigrados.
Pero no toda la responsabilidad del desastre recae en los alcaldes y sus efímeros secretarios. También está en los 16 millones de manos y 8 millones de conciencias que por acción u omisión, permitimos un absurdo retroceso en temas de cultura ciudadana. Con todo y sus excentricidades cósmicas, hacen falta las lecciones de Mockus, prácticamente el único alcalde que se ha preocupado por educar a los bogotanos, y entre mimos y chifladuras, quiso meternos en el disco duro, que una ciudadanía solidaria y comprometida, es el primer paso para tener una ciudad decente. Nosotros aprendimos y lo disfrutamos, pero como “la vida es un ratico” y somos más episódicos que consecuentes, no cultivamos la lección, y nos llenamos de cráteres en el asfalto y en el comportamiento. Cráteres que van desde transformar la calle en estacionamiento, hasta matar por robar un celular.
Nos acostumbramos (verbo peligrosísimo) a que prevalecieran la ineficiencia, el saqueo a las arcas públicas, y la desidia administrativa. Nos acostumbramos al fracaso, oscilamos entre el letargo y el mal genio, y más de una vez, tropezamos de nuevo con la misma piedra. No es por llorar sobre los huecos derramados, pero urge aprender de los errores.
Pilas… En menos de lo que dura un embarazo volveremos a elegir alcalde. Engendremos esta vez, una decisión lógica, que rescate a Bogotá. No más demagogia, ni más discursos retrógrados contra la oligarquía.
Personalmente, y hasta lo que he visto, oído y comprendido, mi voto será por Rafael Pardo. A estas alturas del caos, el tema no aguanta más pasiones, ni más balcones ni mentiras. Bogotá necesita mirada limpia y decisiones gerenciales, y Pardo ha demostrado ser plenamente capaz de ambas cosas. En lo humano y en lo profesional, él me genera algo tan vital como difícil de encontrar y construir: confianza.