Grot di Lourdes
En Seroe Preto, San Nicolás, a 40 minutos de los casinos de Oranjestad, los barcos hundidos y los arrecifes de coral, está a la orilla de una carretera -enclavada en las rocas y suspendida entre la fe y el mar- la Gruta de Lourdes; sin venta de estampas ni relicarios, enmarcada entre festones rojos y blancos, algunas flores de plástico y bombillos de colores.
No hay pretensiones, ni estrellas de Trip Advisor. La versión arubeña de la Virgen de Lourdes es una postal de la expresión popular, sencilla y auténtica, donde se mantiene el atributo original de una creencia, sin caer en las trampas de hacer negocio con los milagros, ni comercializar la devoción de los creyentes.
Grot di Lourdes invita a la conversación con el Cielo, con uno mismo y la memoria. Es un lugar abierto -pero recogido-; humilde, casi artesanal, como una canoa de madera, o un pedazo de pan recién horneado.
Cada 11 de febrero, una procesión de isleños policulturales -mezcla del pragmatismo holandés y el ritmo caribe- camina desde la Iglesia de Santa Teresa hasta la Gruta de la Virgen.
Cientos de cactus erguidos -guardianes sembrados por la naturaleza- custodian la imagen de la milagrosa. A los lados, los divi divi (inconfundibles árboles de Aruba), crecen recostados sobre sí mismos, como durmiendo esa siesta crónica, de la tierra caliente.
Me hizo feliz visitar la Grot di Lourdes, unos días antes de Nochebuena, y sentir ese soplo humano y libre, sagrado y palpable, tan cercano y sencillo, como el aire que el Papa Francisco ha querido infundirle a una Iglesia que corría peligro de agotarse entre prepotencias y dogmatismos, y un Vaticano ajeno a la gente de la vida real; la que vive y muere en las verdaderas esquinas del mundo, donde se cruzan las coordenadas del hambre, la ignorancia y la pobreza. Esos otros y nosotros, que habitamos países atravesados por las guerras internas, la inequidad y la complicidad de la indiferencia.
En dos semanas presencié cuatro momentos religiosos; unos, virtuosos; otros, desastrosos. A pesar del Dios pedagógico y acogedor, algunos prelados han distorsionado tanto las cosas, que muchas veces resulta difícil llegar a la esencia de la Palabra.
El primer momento, precioso, una misa de acción de gracias, con una homilía llena de afecto, inteligencia y verdad; mejor imposible.
El segundo, un bautizo-regaño, cuyo tema central fueron los exorcismos para sacar el demonio del corazón de los niños. ¡A ver!
El tercero, la visita a la Gruta: mística sencillez del alma.
Y el cuarto, una misa de Navidad donde, entre otros improperios, el clérigo vociferó que quienes optan por la cremación, sufren de una “descomunal ignorancia”. Vergonzoso.
Supongo que el quinto momento es el encuentro con uno mismo.
A los lectores y habitantes de éste y todos los Puertos de todos los mares, gracias por su compañía. Para el 2014, ternura y trabajo, amor y felicidad, y un lugar donde puedan hablar en silencio, y sentir el abrazo de la paz. Así como la Grot di Lourdes: a la orilla de una carretera; a la orilla del corazón.