Sembrar campo y espíritu
A partir de la Conferencia General de la Unesco, del 2 de noviembre del 2001, cada 21 de mayo se conmemora el día mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo.
Aun falta mucho por introyectar en la conciencia popular, y comprender en toda su magnitud la diversidad cultural; no como una onda de bohemia y tolerancia -como muchos pretenden verlo- sino como un válido instrumento a la hora de construir futuro.
No hemos ni aprendido a aceptar la diversidad, punto. La diversidad sin adjetivo. La diversidad como posibilidad, inclusión y aprendizaje humano y social; como visión de prisma y no de caballo en plaza de toros.
En su mensaje del reciente 21 de mayo, Irina Bokova, directora general de la Unesco, planteó un vínculo bien interesante entre diversidad cultural, y los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Recordó que estamos a menos de mil días de la fecha prevista para su cumplimiento (año 2015), e identificó en la comprensión de la diversidad, una poderosa herramienta para luchar contra la inequidad, el hambre, la discriminación de género y la pobreza.
Poner sobre el tapete el valor transformador de la cultura, y la posibilidad -quizá necesidad- de permitir que se desarrolle y se respete en función de soluciones creativas y transversales a cuestiones complejas, podría ser el as bajo la manga, para abordar los temas que tienen desarticulado al mundo.
La señora Bokova habló también de la economía creativa, y le abrió la puerta a las innovaciones que se plantearán en julio próximo, cuando aparezca la tercera edición del Informe sobre este tema, escrito por la Unesco y el PNUD.
Creatividad y cultura parecen ser dos aliados fundamentales, en la construcción de un mundo más amable y más posible. Sostenible ambiental, económica y emocionalmente. Habitado más por conceptos de identidad y cohesión, que por las pugnas generadas por el individualismo y la discriminación.
La cultura tiene memoria y tiene futuro. Genera arraigo y sentimientos de pertenencia. Desde su etimología misma, está asociada a la idea de cultivar, sembrar… el campo o el intelecto; los surcos de tierra o el espíritu del hombre.
Es un eje transversal que toca cuanto hace o deja de hacer el ser humano, y le permite reflexionar con los cinco sentidos. La cultura refuerza nuestra condición de seres sentipensantes; y en un círculo dinámico, retroalimenta al hombre que la siembra.
Veremos qué otras luces nos da en noviembre, el Foro Mundial sobre Cultura, que tendrá lugar en Indonesia. Siento que esta óptica de amplio espectro es capaz de ayudar a la humanidad en su búsqueda de soluciones éticas y eficientes para armar el rompecabezas del planeta, y desarmar los espíritus que esgrimen tan distintos y dañinos tipos de violencia.
Puede ayudar al mundo, y a Colombia. En esta historia compleja y retadora que estamos viviendo, todos tenemos algo de camino y mucho de caminantes; bienvenido entonces todo aquello que nos refuerce identidad, diálogo intercultural y respeto por la diversidad. Comportarnos en función de la paz, exige aprender a ser incluyentes; hasta que logremos serlo, de corazón, vocación y convicción.