Nomen est omen
“Francisco inspira respeto intelectual, ético y moral”
Nomen est omen significa “nombre es signo, presagio”. Un Papa llamado Francisco augura un giro de 180º hacia una Iglesia humilde, incluyente y solidaria. Un rescate de la vocación original, de la palabra de Cristo y San Pedro tristemente desdibujadas, hasta hace dos días, por la Curia Romana, por sus lujos fuera de contexto y sus insistentes mensajes de exclusión y verdades a medias.
El miércoles en la noche, el balcón de los Papas volvió a albergar una sonrisa cálida y sencilla. Unas manos que antes de darla, pidieron la bendición del pueblo. Una voz que transmitió más la sabiduría de la confianza que la rigidez de los dogmas. Una mirada que, desde la máxima altura, extendió el alma y abrazó al mundo.
Un sacerdote que lee a Borges y a Dostoievski; un químico y teólogo que tilda de hipócritas a los clérigos que le niegan el bautizo a los hijos de madres solteras; un Obispo que ha sido coherente en sus críticas contra la corrupción y el abuso de poder; un maestro de literatura que ama el fútbol, la vida sencilla, y considera la pobreza extrema y la desigualdad tan violadoras de los derechos humanos como el terrorismo y la represión; inspira respeto intelectual, ético y moral. Inspira un círculo virtuoso de cercanía y credibilidad.
Si: ¡Estoy feliz con el nuevo Papa! Y mis respetos hacia el Cónclave por comprender que la Iglesia necesita retomar su esencia misionera, y que si no se da un reencuentro con el humanismo, difícilmente la fe volverá a estar al alcance de los pobladores de este planeta.
El Papa Francisco ha respirado la pobreza de las calles de América Latina y sabe por qué los nuestros son países tan absurdamente inequitativos. Ha visto el maltrato cometido por la fuerza pública en las manifestaciones de la Plaza de Mayo, y ha sentido desde su ventana del segundo piso -ahí, junto a la Catedral de Buenos Aires- el olor de los gases lacrimógenos.
Entre el Vaticano y Assis hay mucho más que196 kilómetros, un infinito campo de girasoles, y una perfecta autostrada: Hay un abismo que daría para escribir mil tomos sobre la sociología de la religión.
Muy pocas cosas unen los exorbitantes mármoles y oros de la Santa Sede con el pueblo de San Francisco, las rosas de su jardín y los conmovedores frescos del Giotto.
Un niño llamado Jorge Mario, hijo de un trabajador de los ferrocarriles argentinos y una emigrante italiana fue elegido por Dios para que 70 años después de sus primeros partidos de futbol en la plaza Herminia Brumana, los hombres lo designaran Papa y cambiara por puentes, los precipicios.
Parece que la esclavitud cotidiana y la desigualdad, el Evangelio y su genuina misión, la bioética, la verdad, la familia y la diferencia tendrán del Papa Francisco esa mirada humana, inaplazable y profunda que mil doscientos millones de personas han estado esperando desde hace no sé cuántas generaciones.
Nomen est omen. Bienvenido, Papa Francisco; gracias por venir a la casa más grande y más urgida del mundo: el corazón de los hombres.