Por eso existen los bosques
El problema no es de los medios. No es que le prensa sea amarilla, roja o azul. El drama no es producto del narrador de la historia, sino de la historia misma, y de quienes la cometen y padecen.
Intencionalmente hablo de cometer y padecer; no de construir o protagonizar.
Parecería que en Colombia nos acostumbramos a ver pasar los horrores, como si se tratara de uno de esos desfiles mediocres, de carteles chorreados y gente gris, que incomodan el tráfico y la estética, pero no ameritan una mirada formal. Casi un telón de fondo, condenado a la indiferencia, y por ende, al olvido.
Una sola de las noticias que cada día ocupan las páginas de los periódicos daría para conmocionar a un país medianamente civilizado.
Nuestras crónicas están llenas de balas perdidas y niños abusados, mujeres quemadas con ácido y gente asesinada porque sí y porque no; suicidas cada vez más jóvenes, matoneo escolar, estafas de grandes ligas y proliferación de bandas criminales.
Una sola bala encontrada en el cráneo de un niño, una sola criatura violada en su escuela o en su inquilinato, debería ser suficiente para conmocionarnos en serio, y cambiar el rumbo.
Nos acostumbramos a ver pasar las manifestaciones de la muerte, sin reparar que nosotros mismos nos estamos muriendo -deshojando- cuando no sentimos como propia cada ignominia que se comete contra un prójimo. Nos acostumbramos a sentir lejanos a los prójimos.
Tenemos que ser capaces de ponerle punto final a la cultura de la indolencia, la venganza y la impunidad.
Sabemos que la educación -tan rimbombante ella en los discursos de elección- rápidamente vuelve a ocupar su puesto de Cenicienta, una vez conseguido el favor popular.
Y más evidente aún, cuando no hablamos de educación en términos de acumulación de conocimiento, sino en términos de formación de mejores seres humanos.
No sé cuál sea la proporción matemática, pero me atrevería a decir que cada día en el que no educamos a alguien o no nos educamos a nosotros mismos, se traduce en años de atraso, de marginación y minusvalía.
Y si eso pasa con la educación, ni qué decir de la inversión en cultura, que tarda aún mucho más tiempo en ver sus resultados. La cultura es algo más decantado que la educación; es lo que queda -de verdad- en la conciencia y en el comportamiento, en el pensar, el sentir y el actuar individual y colectivo de una sociedad.
La cultura escribe la historia, y la historia refleja el mundo.
Los horrores que estamos escribiendo todos los días, se nos volvieron costumbre. Miserable costumbre que urge erradicar, para que crezca piel sana y nueva, donde estaba la herida.
A nadie se le ocurre que un árbol crezca de un día para otro. Pero muchos -héroes o soñadores- no se dejaron amilanar por ello, y por eso existen los bosques.
¿Por qué no acostumbrarnos a defender la vida, en vez de acostumbrarnos a ver en nosotros y los otros (como si todos no fuéramos los mismos) las caravanas de la muerte?