Gloria Arias Nieto | El Nuevo Siglo
Viernes, 20 de Febrero de 2015

Conflicto interno

 

En una medianoche de whatsapp, chateando sobre el proceso de paz y un programa radial que les otorgó dos horas de micrófono a los negociadores de las Farc, mi SF (sobrino favorito) me dijo: “hace mucho tiempo he estado muy en conflicto interno con el conflicto externo”.

Yo también. Y lo que más me inquieta, es lo que inteligentemente algunos llaman el post-acuerdo. Denominación perfecta, porque hablar de post-conflicto sería demasiado iluso: así se firmen misas en La Habana, el conflicto colombiano, no se acaba con diez autógrafos. Con una oscilante relación de confianza/escepticismo, muchos seguimos apoyando el proceso por la paz, sabiendo que el momento de verdad, es el post-acuerdo; ahí se le medirá el aceite al sentir,  pensar y actuar de los colombianos; se pondrá a prueba el compromiso con una  reconstrucción incluyente, o la perpetuidad de la excomunión social, y los gérmenes y troncos de rencor y venganza.

No lo que suceda en La Habana, sino lo que se construya o destruya a partir de la firma, es lo que  marcará el rumbo de una sociedad hiriente y herida, que tiene la obligación de tomar decisiones serias, sobre la clase de muerte y la clase de vida, que quiere para ésta y las próximas generaciones.

El programa de radio hizo inevitable la vibración de dos conflictos internos: el de saber que es necesario hacer la paz con estas personas (no entremos en epítetos ni prontuarios), y  conflicto entre mi crónico amor por la libertad de prensa, y un secreto deseo porque ese programa no hubiera salido al aire.

Las expresiones de los señores de las Farc, tratando de explicar que el reclutamiento de menores no es la evidente atrocidad que es, sino un gesto de generosidad por parte de la guerrilla, hacia los niños que han quedado huérfanos por culpa del Ejército y de los paramilitares; y la ambigüedad frente al tema de la dejación de armas, son  monumentos al descaro y la falacia, que sobran en estos momentos en los que media Colombia trata de sensibilizar al país y al mundo, en la corriente de la paz.

Cuando tenía 5 años, mis papás me hicieron uno de los mejores regalos que he recibido: mi primera máquina de escribir, una Olivetti, verde clara, pequeña y perfecta. Desde entonces he defendido la libertad de expresión, y rechazo cualquier tipo de mordaza al periodismo responsable, crítico y generador de pensamiento. (Por ejemplo, mental y democráticamente vergonzosa, la decisión de El Colombiano frente a la columna de Akerman).

Volviendo al programa del lunes, ¿le convino a Colombia o al proceso, haber vulnerado la reserva que Humberto de la Calle y su equipo tanto se habían esforzado en mantener? No creo; pero nadie dijo que los debates debían ser “convenientes”. ¿Ven? Entre el inalienable derecho a sentir conflictos internos, y la obligación de ser coherente con uno mismo, hay un engranaje de pensamiento, ética y duda, que oxigena las neuronas, pero angustia la conciencia.

Posdata. A mi modo de ver, la Corte salió con un chorro de babas.

ariasgloria@hotmail.com