PUERTO LIBERTAD
Estambul, estoy contigo
EL 2 de julio de 2015 (hace exactamente un año menos un día), el vuelo 1860 de Turkish Airlines que cubría la ruta Madrid – Estambul, aterrizó a las 10.55 de la noche en el aeropuerto internacional de Atatürk. Mi hijo menor y yo habíamos salido de Madrid hacia las 6 de la tarde, y abordamos en Barajas el vuelo más consentidor y elegante, el más lleno de señorío que hemos tenido en nuestra historia de gitanos cómplices de la vida. Al día siguiente, ya los once viajeros (hijos, nietos y amigos) nos envolvimos en la ciudad de los sortilegios.
Por más que habíamos leído, visto y oído toda suerte de relatos sobre la antigua Constantinopla, lo que leímos, vimos y oímos -con el corazón convertido en una ventana a la realidad- superó con lunas, laúdes y plegarias, cualquier expectativa.
En el Estambul que hallé y amé, el aire, los mares y las piedras están tan llenos de testimonios, son en sí mismos tanta memoria, que uno pensaría que el futuro tiene que mirarse en un espejo inmenso, en donde se pueda palpar entre príncipes y mendigos, la piel de los ausentes.
Suenan en Estambul los cantos-lamentos que invitan a la oración; suenan los niños en los parques, y el agua en las fuentes; suenan las bicicletas, los sartenes llenos de especias, los barcos, el silencio de las faldas hasta los tobillos. Suenan las mezquitas con su murmullo azul y dorado; los tapetes tejidos por mujeres anchas, y los viejos de canas de seda y algodón, caminando por los andenes estrechos de la magia infinita.
Y suena -por increíble que parezca- suena la luna, sobre un cielo pintado de ese color que sabiamente llaman azul de media noche.
Suenan las gaviotas y los puentes que unen continentes; los buses de turistas, las mermeladas de durazno y los canastos con dátiles y jengibre azucarado. Suena la calidez de un pueblo que abraza y sonríe en la confabulación de los mares; suenan las piedras preciosas, el Gran Bazar, el Bazar de las Especias y las pequeñas tiendas de paletas, jabones y esencias.
Suena todo lo que puede sonar en una ciudad de la que uno se enamora.
Suena. Sueña. La sonrisa de los ojos negros.
Esta semana ¡Estambul sonó tan distinto! Terroristas suicidas volcaron su locura sobre cientos de personas que nada tienen que ver con fanatismos, con odios inconclusos, y con esas guerras absurdas (pleonasmo) cometidas en nombre de las religiones, de las creencias y de la más enceguecida y maligna intolerancia.
Esta semana Estambul sonó a sirenas de ambulancias, a hospitales saturados, a sepultureros trabajando horas de más y vidas de menos.
El aeropuerto de Atatürk, el mismo al que llegamos tan inmensamente felices hace un año, este martes estalló en un grito de dolor; primero se vistió de sangre; luego de luto; hoy, de miedo. Mañana, in memorian de los 41 muertos y los 239 heridos, habrá que revestirlo de esperanza; Turquía no merece escribirse con tristeza, y al terrorismo no se le puede dar el gusto del “triunfo de la muerte”.
Estambul, tú sabes que estoy contigo.