GABRIEL MELO GUEVARA | El Nuevo Siglo
Lunes, 9 de Diciembre de 2013

Atención al Golfo

 

El  diferendo sobre  la delimitación de las aguas del Golfo, en el cual tenemos costas Colombia y Venezuela, está  adormecido. Dios quiera que se mantenga así hasta encontrar  una solución definitiva y mutuamente satisfactoria, pero la prudencia aconseja contemplar la posibilidad de que lo despierten.

El tema ni siquiera se mencionó durante la escalada de complicaciones que plagaron las relaciones bilaterales desde  finales del siglo pasado. Al contrario, disminuyó la susceptibilidad y todo el mundo comprendió que hablar del Golfo de Coquivacoa  no desconoce  los derechos venezolanos, y llamarlo Golfo de Venezuela no es un título de propiedad sino una denominación geográfica, como las hay en otras partes del planeta, sin que signifiquen, por ejemplo, que el Mar de China sea de China, el Mar del Japón sea del Japón o, para quedarnos en este continente, que el Golfo de México sea de México.

Los dos países respetaban sus incidencias políticas domésticas. No eran motivo de discordia ni aun cuando dirigentes venezolanos, acosados por sus adversarios, se exiliaban en Colombia.

Las situaciones cambian. El proselitismo de Hugo Chávez, su tejido de alianzas, las simpatías por la guerrilla colombiana, el lenguaje agresivo, las acusaciones reiteradas, las amenazas de saltar la línea fronteriza “en caliente” y sus infortunadas intromisiones en nuestros problemas de orden público, alteraron  el buen ambiente que permitió el acuerdo de Caraballeda, bautizado como “hipótesis”.

Al mismo tiempo, Chávez comenzó una carrera armamentista con cuantiosas y bien publicitadas compras de armas  de toda clase. Adquirió aviones, tanques, misiles (“de esos que recorren centenares de kilómetros y hacen ¡pum!”, según explicaba) y hasta contrató más fusiles que soldados tienen las Fuerzas Armadas.

No hay economía que resista un gasto militar de esas magnitudes, donaciones abiertas o disimuladas

para afirmar coaliciones, subsidios a consumidores de petróleo y, al mismo tiempo, implantación de un modelo económico probado y fracasado en otras naciones.

Las quiebras no se arreglan con discursos, y el desabastecimiento de artículos básicos diaria genera primero malestar y después desesperación. El hambre no se calma insultando a los burgueses, ni los estantes se llenan de víveres apresando a los tenderos, ni los saqueos se acaban encarcelando empresarios. La sociedad no progresa fomentando la lucha de clases. El descontento no se elimina  recorriendo el camino que llevó al desastre a otros países, la gran mayoría de los cuales viene de regreso, como Cuba, aunque ésta no ha completado su retorno porque tiene unos dinosaurios ideológicos atravesados en la vía.

Los gobiernos acosados por esas angustias acuden a recursos desesperados para desviar la atención. Inventan amenazas externas. Inflan fantasmas. Fabrican enemigos imaginarios. Desentierran esqueletos. Prenden incendios sin medir las consecuencias, como si las palabras belicosas no terminaran desatando acciones violentas. No responden por las tragedias que causan…  La historia está llena de esos ejemplos y también, por desgracia, poblada de víctimas que ignoraron las advertencias.

Es el desarrollo obvio de estos procesos. Ya escuchamos alguna vez la orden de enviar diez batallones a la frontera con Colombia, que el presidente Chávez impartió por televisión en vivo y en directo. En días recientes Maduro repite que desde aquí se  traman  atentados en su contra. ¿Qué sigue?

Por eso hay que prestarle atención especial al Golfo.